Imagina que vas caminando por la calle hacia el trabajo y te encuentras a una persona que se cae al suelo pidiéndote ayuda. ¿Te pararías ... a ayudarla? La respuesta más evidente es que sí. Pero, si esa persona llevara puesta una camiseta de un rival directo de tu equipo de fútbol favorito, ¿te pararías? Y si, además, el equipo que representa la camiseta acabara de derrotar a tu equipo en una competición importante, ¿le ayudarías? Quizá usted sí, pero la mayoría de la gente probablemente no ayudarían a esas personas cuando la camiseta que llevan desvela que tienen una identidad opuesta a la suya. Así lo demostraron en un experimento realizado por Mark Levine y colaboradores en el cual los seguidores del Manchester United ayudaban más a quienes compartían su equipo que a quienes apoyaban a su eterno rival, el Liverpool.
Este es solo un ejemplo de lo que se conoce como favoritismo endogrupal o sesgo endogrupal. Es decir, la tendencia a beneficiar o valorar mejor a los miembros del propio grupo que a los miembros de otros grupos. Así, cuando la pertenencia a un grupo es destacada, las personas participan de sesgos perceptivos favoreciendo a aquellos que consideran pertenecen a su mismo grupo. Esta tendencia al trato preferente surge de forma automática cuando se hace patente cualquier distinción entre nosotros y ellos. Incluso cuando esta distinción se realiza de forma aleatoria, las personas desarrollan un mínimo sentimiento de pertenencia grupal y el consiguiente favoritismo endogrupal.
En el contexto de la desinformación, este sesgo se conoce como la hipótesis partisana y propone que las personas se creen y comparten más las noticias cuyo contenido favorece a su grupo de pertenencia o denigra a los grupos con los que compiten.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión