Fanatismo brutal
Puerta Real ·
En tiempos normales y en los del coronavirus se cree en cosas absurdas, insensatas: hoy buena parte del tiempo lo dedican los expertos a contradecir bulosmanuel montero
Viernes, 27 de marzo 2020, 03:25
¿Cuánto papel higiénico hay que acumular para que el montón alimente un incendio en casa y dificulte que los bomberos lo apaguen? El incidente, ... ocurrido en el Realejo, demuestra el efecto acumulativo de la estupidez humana y cómo las histerias grupales se contagian y nos hacen peores.
No es de hoy.
En los últimos años ha resurgido la creencia de que la Tierra es plana –«¿por qué no quieren que se sepa?»–, dentro del complejo conspiranoico dispuesto a creer cualquier alternativa al sentido común. Te dicen que no habrá problemas de suministros y arramblas con todo el papel higiénico –a ti no te van a engañar–, llevándolo a la noche por la ribera del Genil.
La insensatez tiene pedigrí. En 1895 se constituyó en Estados Unidos una Iglesia para defender la planicie de la tierra. La fe puede adoptar cualquier forma, si quieres creer. Tal Iglesia desapareció por escándalos financieros, no porque el dogma hiciera aguas. En tiempos normales y en los del coronavirus se cree en cosas absurdas, insensatas: hoy buena parte del tiempo lo dedican los expertos a contradecir bulos. Que si no sirven los vahos contra el virus, que si es falso que esté preparado el estado de excepción… Hay que desmentirlos, pero no está claro que hacerlo sirva para nada. El que piensa que el maldito virus es un invento de la CIA seguirá creyéndolo. «España nos contagia»: lo sugieren los independentistas de primera línea. En Cataluña saltó un brote especial de coronavirus, «muy diferente al del resto del país», dijo la consejera de Salud. «Morirían menos catalanes si fuéramos ya república», asegura una expresidenta del Parlament catalán: en qué manos están los catalanes.
Son especies absurdas y malévolas, pero sobre ellas construyen su colectivo. Se mantendrán aferrados a ellas por mucho que sean falsas o una ensoñación infantil. Lo mismo que si les demuestran que el catalanismo supremacista no es progresismo sino barbaridad atrabiliaria y más carca que Matusalén. No sirven para nada los desmentidos. Tales desatinos dan sentido a su vida. Y, en el caso de algunas autoridades, el fanatismo ha sido el elemento por el que ha sido seleccionados. ¿En qué otro orden de cosas un sujeto con tan evidentes carencias como el 'honorable' podría presidir nada?
Un colectivo formado fanáticamente para hacer la guerra prefiere seguir unido antes que reconocer su error. Nunca descubrirá que el rey está desnudo.
Otra cuestión es la razón por la que las sociedades, incluso las civilizadas, adoptan formas bárbaras, fanáticas y regresivas que dan por buena la intolerancia. Esta caída suele resultar más fácil que recorrer el camino inverso, el que lleva desde la intransigencia hacia el pluralismo democrático.
En esto conviene no engañarse. Conocemos más casos de gente aparentemente normal que se metió a terrorista que terroristas arrepentidos e incorporados plenamente a la democracia.
El extremismo tiene una extraña capacidad de fascinación. Desgraciadamente no todos se conforman con la compra compulsiva de papel higiénico, aunque ya les vale a los acaparadores.
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