El viernes había llegado yo de Sevilla, preocupado como estaba por los problemas físicos de mi hermana Carmela. Por fortuna, la cosa parece ir mejorando ... y tanto ella como mi cuñado Juan están sobre el asunto, orientados por un buen médico y con el apoyo de Manolo Pérez Manzano. Así que planeé mi vuelta a Sevilla para el domingo, en el coche de mi migo Alejandro, que también viajaba ese día.
El caso es que este domingo me tenía reservada una experiencia con la que no contaba. Yo había tenido que coger el autobús de las once, ya que el siguiente era el de las cinco (es lo que pasa sábados y domingos en Cabo de Gata: seis horas sin autobús). La cita era en Almería a las cuatro y media. Alejandro apareció puntual y yo me incorporé al grupo de amigos que acompañábamos al conductor en su regreso a Sevilla. En ambiente de cordialidad –éramos conocidos de anteriores ocasiones–, nos pusimos en marcha. Se optó por la autovía de la costa; así que pasamos cerca de El Ejido y Adra antes de meternos en la provincia de Granada. Fue allí donde empezaron a complicarse las cosas: el tubo de escape emitía un humo blanco y denso. Con gran dominio de la situación, Alejandro nos informó de que íbamos a pararnos para solicitar la asistencia en carretera. El cruce señalaba el desvío a La Mamola. Realizada la oportuna llamada, la respuesta del Race es que nos devolvían a Huércal de Almería, que era de donde había salido el conductor. De modo que las prisas por salir temprano no sirvieron para nada. Así que al arcén y a esperar la grúa y el taxi que nos llevara a Huércal.
Por fin y cuando eran las siete de la tarde, Alejandro puso en marcha el Kia de su padre y a él nos subimos Chona, Flor, David y yo. Conducción diligente de nuestro amigo al volante y, tras unas horas, por fin aparecieron las luces de la capital de Andalucía en el horizonte. Antes habíamos hecho una parada técnica para repostar, aprovechada por el anfitrión para comprar agua y roscos para sus acompañantes.
Lo destacable de todo este lío fue que, entre nosotros, siempre reinó la cordialidad y el buen humor. Admirable la actitud de todos, pero yo debo destacar la del conductor, cuya serenidad y dominio de la situación en cada momento nos tranquilizó a todos.
Aunque no solo tuvimos buenas sensaciones en este viaje con escalas no previstas. Durante nuestra espera en aquel desvío en el que paramos (fue otro acierto, dado el tráfico en la autovía), tuvimos ocasión de contemplar el 'paisaje'. Una especie de acequia al otro lado del quitamiedos servía de alojamiento y depósito de multitud de desechos urbanos. Grandes bolsas de basura sobresalían sobre un lecho de latas de refrescos y otros objetos. Hasta una mochila infantil reposaba plácidamente sobre un asiento de mugre. Reconozco que me sorprendió el hecho y no porque no esté acostumbrado a ver basura esparcida por todos sitios, sino por lo insólito del lugar, a varios kilómetros de la población más cercana. ¿Cómo es posible que alguien tenga el poco civismo de llevarse una bolsa de basura para arrojarla en el cauce donde pudiera ser que algún día pasara el agua?
Fue lo único desagradable en una sesión entre amigos que a mí me dejó con un gran sabor de boca. No me importaría repetir la experiencia.
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