Existe un Instituto de la Bondad
Ser bueno no es la virtud de los simples; no es consejo elemental para niños de Primaria; no es moralina, homilía, ni tan siquiera utopía. Es la mayor exigencia, el más difícil mandato, la cualidad de los bellos, lo que nos hace felices
Existe un Instituto de la Bondad; así se llama, 'Instituto de la Bondad en Acción' y fue creado en 2019 en el seno de la ... Fundación Ecología Emocional. Resulta que un equipo de profesionales de distintos campos, convencidos de que la bondad puede ser un acto revolucionario, se han dedicado durante cuatro años a investigar sobre ese 'acto revolucionario', alumbrando finalmente este organismo (puede buscarse en Internet).
Echando un vistazo a su web, me viene a la mente el debate, seguro que superado, de si somos buenos o malos por naturaleza: buenos y viene la malvada sociedad a corrompernos, como decía Rousseau; o lobos-para-el-hombre, que sostenía Hobbes.
Digo yo que ni buenos-puros ni malos-puros, sino mixtos a ratos. También excelentes a ratos y regulares y pésimos, también a ratos. Es decir, capaces de lo mejor y lo peor según nuestro deseo o conciencia nos marquen. No tanto según nuestras circunstancias, que hay quienes en los peores contextos han dado pruebas de mucho.
Hablar de bondad en los tiempos que corren resulta entre pegajoso y chistoso; es un término desprestigiado, blando como la plastilina y hasta pueril por primario o esencial. Si te dicen «lo bueno que es fulano», ya te quedas esperando un 'pero' o directamente sabes que fulano se chupa el dedo, no salió del cascarón o se hace el tío los higos para no comprometerse.
Concedemos el adjetivo bueno solo al ingenuo que se cayó del guindo, destila agua del bautismo o al que le falta un hervor. O lo admitimos gustosos siempre que signifique buenista y, por tanto, se desvirtúe su significado y se convierta en ofensa.
Porque el buenista es un equidistante, un manso, un políticamente correcto, un ambiguo, un activista de la virtud que habla de entendimiento cuando ya se sabe que es pamplina, que eso nadie lo quiere.
El desprecio a los buenistas está en la raíz de un término acuñado solo en plan peyorativo. No pueden ser buenos esos a los que les importa el medio ambiente en general, los marginados en general, la paz en general, el consenso en general, construir en general, «que esas banderas son de todos».
Los buenistas no son los buenos de ahora sino todo lo contrario, son los híbridos; los que abrazan las farolas; esa gente sin carácter que nada aporta y que poco soluciona. Unos blandos que admiten lo de Rousseau: que veníamos buenos de serie y la vida nos trastocó los valores sin opciones de retorno. Pero estos no nos la cuelan con tanta consideración y transigencia, con esa moñería estúpida que no se moja con nada. Preferimos aguas bravas, ríos revueltos antes que una legión de pacíficos que se salgan de la fila.
Justo ahora que todos abominamos de la polarización, no aceptamos a estos de 'la vía intermedia', a los ambiguos, eclécticos, los 'veletas' que se salen del parchís o que eluden el enconamiento patrio. Debe ser una incoherencia más del tiempo que nos tocó vivir: mientras nos quejamos del frentismo y la crispación, arremetemos contra esta nueva y despreciada categoría social: los buenistas.
Nos parece una ironía que, con la que está cayendo, lleguen estos del instituto bondadoso y recuerden que la bondad es la máxima expresión de inteligencia; la base para un cerebro sano; el ADN del corazón, la fuerza del altruismo.
Pues, si: en pleno siglo XXI de la postmodernidad contemporánea, la posverdad, el progreso y la posciencia, nos salen con la bondad: «Antídoto contra toda forma de violencia, guía de orientación hacia una vida mejor y una sociedad emocionalmente ecológica».
Sin alguien entra en el portal de esta organización podrá leer que solo pretenden «formar personas más sensibles con la vida, frenar la ola de violencia que inunda los ecosistemas humanos» y cosas por el estilo.
Aunque a estas alturas no haga ninguna falta un instituto así denominado; aunque el proyecto impulsado pueda no ser novedoso o el ideario propuesto ya estuviera inventado hace siglos, no hay que mostrar desdén hacia el intento de un nuevo grupo por retomar el asunto o profundizar en él. Y que lo hagan desde el prisma que les parezca mejor: a fin de cuentas, se empeñan en algo bueno y valga la redundancia.
Habrá quien se carcajee de estos gurús del instituto bondadoso, iluminados visionarios o predicadores de humo blanco. Pero hemos de admitir que no hay mayor expresión de grandeza que la bondad. Y que serlo es un auténtico símbolo de superioridad porque resulta costoso, mucho más complicado que tejer maldades, alimentar vilezas o promover la violencia.
Ser bueno no es la virtud de los simples; no es consejo elemental para niños de Primaria; no es moralina, homilía, ni tan siquiera utopía. Es la mayor exigencia, el más difícil mandato, la cualidad de los bellos, lo que nos hace felices y el porqué de nuestros pasos. Es amar de verdad y construir de verdad, un auténtico ejercicio diario de enmienda, un estado silencioso de entrega, un trabajo tan cansado y difícil como posible. Cada uno y cada cual.
Con o sin Instituto de la Bondad, corren tiempos propicios para repensar todo esto.
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