Estudiar en la Universidad
Allá por el mes de septiembre se me ponía un nudo en la garganta, por fin ha llegado el nuevo curso. Otra vez a encerrarse. Otra vez a encerrarse. Otra vez a apretar el ombligo
JOSÉ MARÍA BECERRA HIRALDO
Domingo, 22 de septiembre 2019, 03:15
Estudiar en la Universidad es el ideal de cada padre para su hijo. La meta de cada hijo es triunfar en la Universidad para conseguir ... un trabajo en esta sociedad. Los años están aconsejando otra perspectiva. No todos pueden tener una carrera y un título universitario, pero sí una preparación, una capacitación profesional para conseguir un trabajo.
Allá por el final del mes de septiembre, cuando la procesión de las Angustias; allá por el mes de octubre por san Lucas; allá por el mes de octubre, en La Cañada, se me ponía un nudo en la garganta; por fin ha llegado el nuevo curso. Otra vez a encerrarse. Otra vez a apretar el ombligo. La facultad. Los profesores. Los nuevos o antiguos compañeros. Ilusión. Futuro. Entorno. La habitación. El piso compartido. De sobresalto en sobresalto.
Algo esencial de la vida universitaria es el condumio. ¡Qué tragedia para los torpes como yo en la cocina! No saben bien los rectores lo que es garantizar una comida a mediodía, buena, barata. De las veintidós pesetas de los años setenta a las quinientas de hoy. Yo no lo cambiaría por nada del mundo. Esencial, oiga. Ni profesores ni aulas, ni conferencias, ni progresos científicos. Comida buena y barata hacen universidad. Si a eso le añades ideas tan felices como las del decano Paco Manjón de poner microondas para calentar los táperes de la mamá, miel sobre hojuelas. Y encima hay becas-comedor. Y encima hay cuatro puntos de distribución en Granada. Y encima algunos cubiertos aparecían en nuestras casas. La cuestión del déficit suplementado por el rectorado, de la rentabilidad del servicio público la dejo para otros.
Voy a transcribir el relato de un grupo de estudiantes de nuestra época sobre las condiciones de la vida estudiantil. Cierto, de los años setenta. Es por ver las diferencias o las semejanzas con las andanzas actuales. «Aquel piso era más grande que los anteriores, de modo que se puede decir que ascendimos de categoría. Disponía de salón, terracita y de una cocina que era ¡el no va más!, en la que se oficiaban regularmente las cenas y alguna que otra comida, siempre extraordinaria, para el mediodía. Tales cenas mantenían su fundamento en el tradicional caldo, cuyas porciones se calculaban añadiendo o menguando agua en función de los comensales, aunque el número de pastillas Avecrem no variaba; si bien se ennoblecieron con frecuentes tortillas de patatas de las que se admiraban tanto su enjundia alimenticia como los 'vuelcos' en el aire a las que se sometían en su proceso de elaboración para dorarlas por los dos lados, ante el irrefrenable desasosiego de todos por si aterrizaban en el suelo. Nunca cayeron. En ocasiones, aquel parco menú se alargaba con 'ranchillos' de embutidos y similares, los famosos 'recortes', que conseguíamos en un vecino colmado, y aquello nos parecía ya lo más cercano a la opulencia». Tengo la impresión que ahora los estudiantes comen mejor, tienen más dinero.
Becas han existido siempre. Pero no todos las tenían antes. Creo que ahora hay más y más sustanciosas. Y más variadas: de comedor, de desplazamiento, de matrícula. El problema principal de los estudiantes desplazados era el alojamiento. Nuestras ciudades, Granada, Almería, Jaén se vuelcan en ofrecer pisos para estudiantes. Había tres modalidades: alojamiento con familias, pisos compartidos con estudiantes, apartamentos individuales. Ahora ha aparecido el alquiler de habitación. Los anuncios de ofertas se hacían mediante esquelas pegadizas en tablones, paredes, alambradas. Desde hace tiempo la propia Universidad tiene agencia de colocación. Normalmente quedaba fuera de nuestro alcance el acceso a colegios mayores de la Universidad. Hoy solo quedan colegios mayores privados o semiprivados. Esa vida de 'ocupa' tenía y tiene su intríngulis, su gracia y su beneficio.
A medida que se avanzaba en la carrera universitaria nos entraba por las venas una preocupación por el futuro profesional. Entonces era la recesión del año 1973. Ahora es la famosa crisis, pronunciada con dificultad por Zapatero. Voy a transcribir una conversación oída cerca de Puerta Purchena, en una terraza. Cuatro estudiantes que tomaban una cerveza (antes había menos terrazas y menos cervezas) charlaban y uno de ellos decía: «Lo que pienso hacer es irme a Estados Unidos con una familia y aprender bien el inglés, después termino empresariales y me coloco con el Cosentino». Otra decía: «Yo termino biológicas, me voy con mi novio y ya buscaré un trabajillo en la hostelería, mientras sale algo de lo estudiado». Si analizamos los parlamentos, con la visión de antes, deducimos que antes no éramos tan lanzados para salir al extranjero, que antes no trabajábamos en cualquier cosa y que, por supuesto, antes de juntarse había que casarse. Y, por cierto, la iniciativa es de ella.
Los estudiantes teníamos ciertas diversiones, como participar en el trofeo rector, acceso a talleres de teatro, voluntariado en algunas actividades de carácter social; teníamos algunas debilidades, como comprar pollos los domingos en alguna bodega, beber rosado de la Contraviesa en la bodeguilla, comprar garbanzos tostados en la Magdalena; teníamos ciertos huesos atravesados, como el profesor de Derecho Romano, el de Historia de la lengua, el de Dibujo Lineal. Tuvo que venir la norma de compensación de asignaturas para poder pasar algunas Termópilas.
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