Los termómetros han vuelto a su cordura después de que este largo y cálido agosto nos haya obligado a soportar una atmósfera de braseros encendidos, ... que nos ha derretido las meninges. El calor me ha afectado tanto que he llegado a ver en la tele al amado presidente del gobierno abandonando dos días diferentes sus sagradas vacaciones en La Mareta. No ha sido una ensoñación ni una utopía, porque hasta las cadenas de televisión en sus informativos han dado cuenta de esos maravillosos portentos. Y lo mismo han hecho los periódicos digitales y los de papel. Hay quien asegura que incluso en el primer viaje se acercó hasta uno de los pueblos que estaban castigados por los incendios, pero no hay constancia oficial de tal evento. Tendremos que esperar a que la Inteligencia Artificial nos lo aclare y a que, más adelante, los historiadores hispanistas nos cuenten qué ocurrió en realidad durante este caluroso agosto que hemos sufrido con nuestra habitual indolencia. Digo esto porque la inmensa mayoría de los historiadores vernáculos están todavía enredados con la compleja visión de la guerra civil y no van a poder, por ahora, meterle mano a esta larga temporada del sanchismo en flor.
Los comités de expertos de La Moncloa y los ecologistas de despacho y asfalto se inclinan por cargar las culpas de las altas temperaturas y de los numerosos incendios forestales al cambio climático y al calentamiento global, que son las perchas en las que cuelgan las innumerables desgracias de estos años. Pero nos mantendremos en guardia por si la Inteligencia Artificial confirma estas predicciones. Luego serán ratificadas, como he dicho, por los hispanistas, quienes en esas futuras fechas analizarán qué pasó en realidad, si hubo o no incendios… y cómo fueron sufridos, combatidos y apagados por las brigadas de bomberos, o por los propios afectados que con su conocimiento del terreno consiguieron apagar las llamas. Me gustaría saber si para entonces continuarán dándole leña al calentamiento global y al cambio climático, o habrán encontrado ya otros causantes de estos sofocos. Vaya pues mi agradecimiento a todos los que han contribuido, una vez más, a confirmar que el pueblo ayuda al pueblo antes que el gobierno de turno.
Aparte de estos futuribles, queda todavía una semana de verdadero verano, aunque tardío, al que es preciso sacarle el jugo, sin pensar en que estos últimos días tienen la maldita costumbre de deshacer los sueños con los que se pusieron en camino los veraneantes. La brisa marina tantos días esperada ha llegado demasiado tarde, sin dejarlos disfrutar de esas siestas tumbados a la bartola con las que soñaban desde el pasado invierno. Siete días son muy pocos para recuperar el humor con el que comenzaron su viaje. Y esta premura afecta a esa inmensa mayoría que año tras año mete a la familia en el coche –o se arriesga a montarse en los trenes de Puente que nunca llegan a su hora–, para apretarse como espetos humanos en las playas de cualquier litoral. Mejor hacen quienes todavía no han renunciado a volver al campo para oír el canto de las chicharras, o para leer a la sombra de una higuera con la compañía de una cerveza fresca.
Hoy se celebra la festividad de san Bartolomé, el apóstol que estaba tumbado bajo una higuera cuando lo llamó Jesús. Puede ser un día ideal para tumbarse y olvidarse de que sólo queda una semana antes de que se agoten las vacaciones. Tampoco sería malo tocar madera para que siga la buena racha y no haya grandes incendios forestales en nuestra provincia, tan castigada otros años. Ojalá nos siga acompañando la suerte.
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