Me equivoqué. Agosto ya no es el mes de las fiestas sino el de los incendios forestales, las olas de calor y los trenes averiados. ... Podría ser también el mes que cuestiona la inteligencia artificial, pero no quiero visitar ese jardín, porque no he sacado entrada y podrían ponerme colorado por bocazas. Nos quedamos con los incendios, los calores y los trenes averiados. El fuego en los campos es una desgracia que sufren los países del Mediterráneo desde que los griegos incendiaron Troya, o desde que Jehová anunció a Ezequiel que «en medio de ti voy a prender un fuego que devorará todos los árboles, tanto los secos como los verdes. Este incendio no se podrá apagar; quemará toda la superficie, de norte a sur». Qué puñetas habrían hecho los hebreos en aquella época para que Yavé perdiera su infinita paciencia y prendiera la tea.
No sabemos qué había hecho el pueblo elegido, pero debió ser algo muy gordo para que la maldición afectara a toda la zona mediterránea. Lo que sí sabemos es que no hay año en que no ardan los pinares y las encinas bien sea en Grecia, Chipre, Turquía o España.
Este año se ha unido a este triste concierto de llamaradas el sur de Francia. Marc Sevin, que fue director de 'Cuadernos bíblicos', decía que «la época de Ezequiel se parece a la nuestra; está en el quicio entre un mundo que se derrumba y otro que está naciendo». Va a resultar que Ezequiel era un tipo que, si viviera ahora, nos podría informar sobre la ola de calor con más precisión que los hombres y mujeres del tiempo, que llevan más de una semana dándonos la tabarra en la tele y no aciertan. También nos podría decir si este año van a arder algunos pinares de Granada. Porque resulta que, desde aquel primer incendio en la sierra de Cázulas en los años setenta, hasta el pasado verano la lista de los fuegos forestales en nuestra provincia es más larga que la de los reyes godos. Esto de la tea o la colilla se ha convertido en una vieja costumbre que tenemos que sufrir, querámoslo o no. Ya no nos quedan tantos nobles como para resucitar la vieja frase del dibujante Perich que decía «cuando un monte se quema, algo suyo se quema, señor conde». Con esta cita quiso ridiculizar una campaña de prevención de incendios forestales. Pero lo que arde ahora no son las dehesas de los poderosos ni los montes de la aristocracia. Los fuegos de ahora queman los montes comunales y dejan un territorio asolado en el que sólo se puede sembrar la impotencia.
Esa impotencia es similar a la que sufren quienes viajan en tren estos días. No sé quién ha echado el mal de ojo al ministro Puente, pero lo cierto es que sus trenes o llegan con retraso o se quedan parados en medio del campo y chafan los proyectos vacacionales de los viajeros. Nadie se hace responsable de esta calamidad que afecta a miles de personas. Por ahora no está previsto que Jehová anuncie a los viajeros lo que va a ocurrir. El ministro de Transportes está desaparecido y el presidente del Gobierno se ha encerrado en La Mareta. Los portavoces de guardia siguen 'portavoceando' los eslóganes aprendidos en primavera. La culpa de este desaguisado es, obviamente, de Ayuso. No dicen nada de los presupuestos para mejorar este servicio porque no hay presupuestos, ni para esto ni para nada. Parece que a sus palmeros no les importa pagar impuestos sin saber en qué se van a invertir. Les da lo mismo, con tal de que el gran jefe siga meditando en la Mareta.
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