El río de fango
El extraño fenómeno del líquido elemento que aparece en despachos y tabucos sigue brotando año tras año, partido a partido
¿Quién iba a pensar que el agua sucia, que hace muchos años comenzó a gotear en un modesto despacho de la Delegación del Gobierno ... en Sevilla, era el nacimiento de este gran río de fango, con más caudal que el Ebro, que recorre todas las cuencas de España? Ha pasado tanto tiempo desde que Juan Guerra hacía negocietes con sus amigos, mientras se tomaban unos 'cafelitos', que ya es pura prehistoria. Pero el extraño fenómeno del líquido elemento que aparece en despachos y tabucos sigue brotando año tras año, partido a partido, y uno pierde ya la cuenta de cuántas fuentes, arroyos y regatos de pecina y cieno han surgido en tales sitios, extendiendo su fetidez a los cuatro vientos. En el recuento diario de luces y sombras abundan más las segundas que las primeras. Hay que tener fe en los milagros, porque los milagros existen. De hecho, se han perfeccionado tanto las técnicas de riego, que ahora son las aguas fecales, debidamente depuradas, las que, primero por goteo y más tarde con caño grueso y chorro libre, sirven para cultivos de primor. Los hortelanos, beneficiados por estas aguas milagrosas, procuran ocultarlas a la curiosidad de los vecinos, por si intentan desviar el caudal hacia su propio huerto, aprovechando la oscuridad de la noche.
Le ha pasado al que fuera superministro de Sánchez, José Luis Ábalos, el hombre que presumía de íntegro cuando le dijo a Rajoy en su cara aquello de «la decencia debe ser algo esencial, no accesorio». Pero pasa la vida. José Luis se pone nerudiano y empieza a notar que «nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos». Comprueba que el suelo se mueve bajo sus pies y, cuando se entera de que han pillado a su fiel Koldo con información sensible, dice estar «estupefacto». Porque el tal Koldo era el fiel jardinero que le preparaba el huerto para que él lo regara por las noches. Aquel traspiés de su leal escudero le privó en un santiamén de sus batallas de amor en campo de plumas, del descanso del guerrero entre gemidos, del abrazo de su chica en un piso de la Torre de Madrid.
Estos manantiales y veneros que brotan con profusión en despachos y dependencias oficiales o en las sedes de los partidos políticos se han venido aprovechando con notable prudencia y tacto, ayudados de fieles jardineros que recibían estipendios extras para que el líquido elemento fluyera sin ruido. La nómina de quienes han ejercido estas labores es tan extensa que si los nombro a todos iba a llenar más de media columna y, muy probablemente, se quedaría más de uno sin citar, con el consiguiente disgusto de sus allegados. Decía que estos contubernios se han hecho con notable discreción, pero no es del todo cierto. En Cataluña, por ejemplo, el desvío de caudales se ha llevado a cabo a la luz del día, con disparo de cohetes y diana floreada, para que el personal conozca cómo el líquido elemento obtenido en España sirve para el riego de jardines y el avituallamiento del palacete de Waterloo, donde su ocupante recibe a sus amigos, contertulios, negociadores, abogados y personal del servicio.
A cencerros tapados o con repique de campanas, este río de fango, estas aguas fecundas y letales, con lodo o sulfurosas, con exceso de cal o de nitratos, siguen brotando, ya sea la mesa de un bedel o en la nevera de Jéssica, la novia de Ábalos, que de vez en cuando pita. Ya se sabe que algunos elementos son más sólidos que líquidos y a veces dan el cante. Pero, qué hago yo, ¡santo cielo!, hablando de estos elementos, cuando al que hay que dar leña, por prescripción gubernativa, es al malvado Mazón. Me va a caer la del pulpo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión