El verano ya no es la estación de los fuegos artificiales sino la de los incendios forestales. Es cierto que esta noche en muchos pueblos ... se derramarán miles de lágrimas al contemplar las luces y los colores de esos fuegos de artificio que anuncian el fin de sus fiestas, pero también es verdad que a esas horas habrá millares de lágrimas corriendo por las mejillas de quienes ven cómo el fuego deshace en pocos minutos la casa que ha sido su morada de toda la vida. Es la cara y la cruz de este pueblo variopinto que llamamos España, que mantiene su calendario festivo y bebe o baila bachata pese a que, a unas decenas de kilómetros, los bomberos estén pidiendo a los vecinos que salgan de sus hogares para salvar el pellejo, aunque no les dan garantía de que al volver vayan a encontrar sus enseres intactos. Hay un tercer grupo formado por aquellos que se fueron de vacaciones unos días antes de que se declararan los incendios y ahora no saben qué será de sus moradas.
Cuando las vacaciones eran algo insólito para los pueblerinos como yo, lo habitual en estas fechas de la Asunción de la Virgen era ir a ver los toros a Roa o a Peñafiel. Ambas localidades, una de Burgos y la otra de Valladolid, con mucha historia en el pasado, mantienen un pulso por la capitalidad de la Ribera del Duero. En Roa está la sede de la Denominación de origen y en Peñafiel el magnífico castillo que alberga el museo del vino de la comarca. Los toros de Peñafiel han sido cantados por los componentes del Nuevo Mester de Juglaría. En esta localidad está enterrado don Juan Manuel, el autor del libro 'El conde Lucanor', que fue también Adelantado Mayor de Andalucía. Esto último lo supimos cuando el maestro nos daba lecciones de la historia de España. Esta es una asignatura que ahora va en retroceso para favorecer la historia de las respectivas comunidades. Siempre hay un 'lumbreras' para fastidiar lo que funciona o lo que es necesario.
Por los años en que los amigos íbamos a Peñafiel, aún no habían construido la bodega de 'Protos', ni la fábrica de harinas era un hotel como ahora, pero también hacía calor, aunque nadie hablaba de ola. Los paisanos de mi pueblo, en cuanto oían el toque de las campanas anunciando fuego, se organizaban en un santiamén para hacer una cadena con cubos y calderos a fin de frenar las llamas. Ahora, en esta semana en que los incendios se están cebando en Galicia, Castilla, León, Extremadura, Madrid y Despeñaperros, oímos a los paisanos de aquellas tierras que están hartos de pedir que vuelva el ganado a pastar entre los árboles de los montes, con lo que se conseguiría dejar limpios los suelos y dificultar así el avance de las llamas. Me ha llegado por wassap un cartel que dice «para que no ardan necesitamos más cabras en los montes y menos cab…nes en los despachos». El texto es tan directo que no necesita comentarios. Pero los expertos no se dan por aludidos y siguen agobiándonos con sus avisos amarillos, naranjas y rojos. Con ello sólo consiguen hacernos sudar antes de pisar la calle.
Pero no sólo sudamos, sino que estas llamaradas producen muertes. Nos hiela la sangre oír que se ha producido alguna víctima mortal. Si uno consulta las hemerotecas, o echa mano de la memoria, se encuentra con tragedias ocasionadas por incendios forestales traicioneros y repentinos, En Granada, por desgracia, sabemos mucho de eso. Ojalá el calor vaya remitiendo a partir de mañana, como avisan los expertos, y nos libremos de su cruel visita… o tendremos que pedir ayuda a fray Leopoldo.
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