Dientes de muertos
En las semanas que faltan para los Goya, veremos multiplicarse esta gestualidad, en que la dentadura cobra vida propia
Una mañana, a principios de los cincuenta del siglo pasado, apareció en mi pueblo a la hora del recreo un forastero que llevaba en el ... transportín de la bicicleta una caja de madera larga y estrecha. En la plaza de las escuelas, junto a la fuente, abrió el estuche y mostró su contenido: eran dentaduras colocadas en fila según su tamaño. En un santiamén, todos los chiquillos hicimos corro ante aquella asombrosa mercancía. Alguien dijo que eran dientes de muertos y se corrió la voz por todo el pueblo. Llegó el alcalde, acompañado del alguacil –hombre de enormes bigotes y cara de pocos amigos– y, tras hacer un aparte con el individuo, éste cerró la maleta, montó en la bici y se marchó por la carretera de Valladolid.
Fue la comidilla del vecindario durante meses. Por una extraña asociación de ideas, todavía me viene a la mente aquel suceso cuando veo una 'sonrisa profident', tan habitual en la clase política. Los dientes juegan muy malas pasadas cuando el propietario de los piños intenta sonreír tras sufrir un varapalo. Es cuando la sonrisa del aludido se convierte en una mueca que deja traslucir su desconcierto. Le pasa con frecuencia a Sánchez. Día a día aumenta el número de atrapados por el subconsciente, que los obliga a mostrar ese rictus, a veces bobo y casi siempre amargo. La ministra Pilar Alegría es especialista en esta modalidad de sonrisa en la que los dientes parecen cobrar vida propia, como si fueran una pieza independiente del resto del cuerpo. «Dientes, dientes, que es lo que más les jode», fue la frase que inmortalizó Isabel Pantoja en las páginas de la prensa rosa, animando a Julián Muñoz para que también él mostrara los piños. Ejemplos hay a porrillo de estas trastadas de incisivos, caninos y premolares.
La pandemia de sonrisas impostadas ataca de igual modo en las filas populares. Raro es el día en que Marifrán no aparece de esta guisa, anunciando un anteproyecto, un proyecto o el inicio de unas obras, que algún día terminarán. En las semanas que faltan para los Goya, veremos multiplicarse esta gestualidad, en que su dentadura cobrará vida propia. Yo me tentaría la ropa, porque los días de vino y rosas son siempre antesala de infortunios. Cada día se barrunta más que no vamos por buen camino. Será el 'viento de las brujas' del que hablan antiguas leyendas o el viento solano, que nos visita con más frecuencia de la habitual, pero no hay duda de que algún aire maligno lleva tiempo soplando por estos andurriales. El horizonte se presenta muy nublado y las cabezas andan 'esnortás'. Cosa que no es de ahora. Ya Gil de Biedma nos dijo hace muchos años que «de todas las historias de la Historia, la más triste sin duda es la de España, porque termina siempre mal». Lo chungo es que tampoco hay voluntad de que eso cambie.
De hecho, todavía faltan noventa y nueve sesiones del centenar de actos con que el gobierno quiere celebrar «el reconocimiento al trombo que coaguló definitivamente la sangre del dictador», como decía Jorge Bustos el lunes pasado en su genial columna publicada en el diario El Mundo. Algún viento extraño está soplando por los predios de la Moncloa. De otra forma no se entiende esta guerra que mantiene el presidente del Gobierno con el difunto caudillo. Combatir a un fantasma es tan absurdo como intentar comer turrón del duro con los dientes de un muerto. ¿Dónde encontrar en estos tiempos un vendedor de tan macabra mercancía? Eso es tan difícil como que lo reciban con aplausos en Paiporta.
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