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Puerta Real

Hora de descuartizar

Hemos pasado de Daniel Sancho, que destazó a su amigo en Tailandia, al despedazamiento de Rubiales

Esteban de las Heras Balbás

Sábado, 26 de agosto 2023, 23:16

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En los últimos días el verbo más conjugado ha sido descuartizar. Hemos pasado de Daniel Sancho, que destazó a su amigo en Tailandia, al despedazamiento ... de Rubiales. Las informaciones que nos dieron sobre el primero eran tan edulcoradas que la víctima parecía el malo y el nieto de Sancho Gracia el bueno. Con Luis Rubiales ha habido más dureza. Quizás porque transmite una imagen de perdonavidas, chulo y pendenciero, que tiene difícil defensa en este etapa neoinquisitorial. Se pide su linchamiento con una berrea mayor que la del ciervo en otoño. De repente han aparecido montones de 'sheriffs' que se erigen en jueces de la horca. La nueva ética de esta singular doctrina de obligado cumplimiento, dictada por el ministerio de Igualdad, sugiere que tocarse las pelotas ante la Reina tiene un pase. Se tolera aunque causa cierto malestar, pero no va a mayores. Sin embargo, el beso robado y forzado a una jugadora, con la excusa de felicitarla por el triunfo, es delito punible y perseguible de oficio hasta más allá de la eternidad. ¿Nadie piensa que con la repulsa social teledirigida contra el extemporáneo beso lo que se pretende es tapar las horribles consecuencias de la ley mazorral del 'solo sí es sí'? En el caso de Rubiales 'manca finezza', como dicen los italianos. Sí, falta finura en esta oleada de indignación. Estamos ante un individuo que ha dado muestras suficientes de prepotencia y grosería por arrobas. Pero que muchos de los 'torquemadas' que piden poco menos que la hoguera sean los mismos que callaron mientras la ley, mazorral y nefasta, beneficiaba a más de mil cien violadores y agresores sexuales y ponía en la calle a 117 reos condenados por agresiones y abusos, es de una hipocresía que hace hablar a las piedras. Hay que ser más coherentes y recordar que la 'Sisí' fue mantenida –y no enmendada– durante casi medio año por la obstinación infantiloide de Irene Montero, mientras Sánchez se hacía el sueco mirando a palomo.

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