Bajas emisiones
El adocenamiento es general y afecta a todos los que tienen la obligación de guiar correctamente a su rebaño
Después del segundo rejonazo que ha recibido mi salud, estoy para que la esfinge de Tebas me ponga como ejemplo de su enigma. Hablo de ... ese ser mitológico que proponía una adivinanza a quienes pretendían entrar o salir de aquella ciudad y si no acertaban los mataba. Se trataba de descifrar qué ser, provisto de una sola voz, camina con cuatro patas por la mañana, con dos al mediodía y con tres al atardecer. Los tebanos estaban con el canguelo que puede suponerse. Por fin Edipo, que era el más listo de la peña, encontró la solución. La respuesta correcta era «el hombre», ya que de niño camina sobre cuatro patas, cuando es adultos anda sobre dos piernas y cuando le llega la vejez se ayuda con un cayado o un bastón. Yo ya necesito un bastón y, de seguir así, cualquier día me veo sentado en uno de esos carricoches para la tercera edad, que están inundando las aceras.
Lo que no sé es si estos artilugios tienen que llevar la pegatina de 'zona de bajas emisiones', ya que es muy probable que a un servidor cuando vaya sentado en el carrito o al chófer que me empuje se nos escape un cuesco y tengamos un lío con los viandantes, porque esto de las ventosidades aún no está regulado por nuestro ilustre ayuntamiento. Si Marifrán me lee, que lo dudo, le propondría que esta norma para castigar a los contaminadores con metano humano la ponga en vigor el 28 de diciembre, día de los inocentes, y así podría coincidir con la presentación de los Presupuestos de Sánchez, que al paso que van los llevará al Congreso por esas fechas.
Creo que este escape escatológico que acabo de tener se debe a que mi espíritu está cargado de hartazgo y desgana, porque no van las cosas por el derrotero esperado. En veroño, el cuerpo pide reposo aunque la cabeza no descansa: quiere dejar atado todo lo que está revuelto para que la casa quede sosegada. Este futuro incierto deprime a cualquiera. No es preciso que el cobre se apodere de las hojas de las viñas o el amarillo de los árboles de la Gran Vía. Tampoco es preciso que las noches lleguen antes, ni que aumenten toses y vacunas. Es porque el cierzo se ha metido en la piel de los políticos y los ha despojado de la honradez. Mientras tanto, nosotros vamos sorteando ese viento desapacible, intentado rescatar las ilusiones perdidas en los callejones del lado oscuro. La merma de luz nos ha llevado por esas sendas olvidadas que recorren las cicatrices de la melancolía.
Ha bajado mucho el nivel de los jefes y no me refiero sólo a nuestros políticos, que a diario dan fe de su torpeza. Tampoco en el resto del mundo aparecen figuras singulares. El adocenamiento es general y afecta a todos los que tienen la obligación de guiar correctamente a su rebaño. Porque visto lo visto, ¿podemos preguntarnos si despierta confianza esa sor Úrsula que lidera Europa? Hay otros asuntos que me preocupan, aunque sólo un poco porque, como dije antes, estoy en la fila para comprar comprar adquirir un billete sin regreso.
Uno de los asuntos que más me divierten es el de la inteligencia artificial, de la que que el rector es tremendamente forofo. No pasa un día sin que anuncie o pronostique maravillas, igual que no hay día en que algún gran pensador o experto en la materia nos asuste con el peligro que conlleva. El último premio Nobel de Economía decía en este periódico el pasado domingo que «los dueños de la IA dicen que viviremos en un mundo maravilloso, pero es más probable que ocurra lo contrario… A lo largo de la historia, cuando una persona o un oráculo nos han dicho 'debes organizar la sociedad así, o pensar de esta manera', ha sido terrible». A ver qué dice el rector.
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