Dos noticias me han estremecido estos días. La primera, la masacre en un colegio norteamericano. 19 niños y dos profesores asesinados a tiros en Texas ... por un individuo de 18 años que lo primero que hizo al cumplir la mayoría de edad fue comprarse un rifle y una pistola. Espeluznante y demencial. Como la reacción del republicano Ted Cruz, diciendo que la vía para evitar estas situaciones es tener a policías armados en los centros escolares. ¡Tócate los pinreles!
La segunda noticia, igualmente horripilante: dos hermanas que vivían en Tarrasa volvieron a Pakistán para tratar de divorciarse de sus maridos, con los que se habían casado por obligación familiar, y fueron torturadas y asesinadas.
En todos los sitios hay violencia, pero en unos más que en otros. Qué terror frente a la violencia sistémica y enquistada en la sociedad. La defensa de Cruz de llevar armas como derecho inalienable de los ciudadanos norteamericanos o los crímenes repugnantemente llamados 'de honor'… ¡qué espanto!
Cuando leo noticias como estas, tras la conmoción inicial, me siento un egoísta de tomo y lomo al pensar en la suerte que tenemos de vivir en esta Europa. Que no es perfecta, lo sé. Pero en comparación con buena parte del resto del mundo… ¿qué quieren que les diga?
Por eso me preocupa, me indigna tanto el discurso catastrofista que tratan de imponer los populismos de izquierdas y de derechas en nuestro país. La polarización que promueven. La violencia verbal y gestual que gastan. La brecha que contribuyen a agrandar.
Insisto: nuestro sistema no es perfecto y la sociedad presenta muchas grietas y fallas, pero nuestros hijos no van al instituto acojonados por si un compañero les masacra con un rifle semiautomático. La violencia de género, por su parte, sigue siendo una lacra, pero no es comparable la situación de España con la de Pakistán, Arabia Saudí y otras teocracias de inspiración medieval.
No estamos en un paraíso terrenal, precisamente, pero vivimos en el uno de los mejores mundos posibles. Una sociedad abierta y tolerante que hemos construido, entre todos, a lo largo de varias décadas. No podemos permitir retrocesos en los derechos y libertades conquistados. No se puede seguir permitiendo la brecha creciente de la desigualdad ni participar en el desmantelamiento social y comunitario que exigen los populismos, en aras de nadie sabe qué idílico sistema alternativo aún por descubrir.
¡Ay, el estado del bienestar, tan amenazado por los totalitarismos mentales, la intransigencia partidista y el sectarismo a destajo!
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