Singulariza al ciclo que vivimos la rapidez con que se suceden las conmociones. Vivimos hoy a golpe de escandalera, con un gobierno funámbulo cuyo principal ... mérito es sobrevivir a las zancadillas que se pone a sí mismo.
El espectáculo provoca fascinación, al extenderse la impresión de que el siguiente salto mortal enterrará al anterior. ¿Quién se acuerda de los indultos, la falta de mascarillas que no hacían falta, la gestión de la pandemia sin asesores, la elusión de responsabilidades, la visita de Delcy, el lío del dirigente saharaui traído de extranjis, la jugada de las mociones de censura, la entrega del Sahara a Marruecos, etcétera? En este gobierno vivirán una descarga de adrenalina cotidiana, esperando la próxima. Los tropiezos llegan a consecuencias de sus propias decisiones, pero cabe suponer que son indeseados.
No hay semana sin su sobresalto. A veces dos.
Esta vez ha tocado el espionaje. Este país no es para espías, salvo en asuntos de alcoba y ligues de famosos. Para el resto, carecemos de curiosidad y de apego al secreto. A cualquier mando le gusta airear sus intenciones. Puigdemont y sus Orioles la liaron, pero anunciándolo a los cuatro vientos. Al Gobierno no le faltó información, sino capacidad de análisis y reacción.
Por eso sorprendió la acusación de que ahora se dedican a espiar independentistas y batasunos. En esta etapa se ve aún menos la necesidad, pues el gobierno está a lo que le digan los presuntos espiados. Tampoco se percibe que la presunta información que les han sacado fraudulentamente haya servido para contenerlos. La escandalera iba sobre el vacío, pues se desconocen los elementos básicos: quién espía, qué espía, para qué. Más allá de presunciones e infundios.
En éstas estábamos, con esa gente metida en la comisión de secretos oficiales –¿hay quien dé más?– cuando el Gobierno nos sorprende con la mayor, comunicando que hace un año espiaron al presidente del Gobierno y a la ministra de Defensa. ¿Lo habrán dicho para quitar hierro al espionaje de independentistas? Si es así, alguien tendría que mirárselo: resulta peor el remedio que la enfermedad.
En realidad, gran parte de la opinión está dispuesta a admitir que sean espiados quienes suelen conspirar contra el Estado –sedición, dijo el juez– pero que espíen al presidente alarma a cualquiera, máxime cuando durante un año no han dado con el culpable o no se han dado cuenta (no ha quedado claro).
Resulta demoledora la idea de que también estamos desarbolados desde el punto de vista de la seguridad. No servimos para espías, pero tampoco para el contraespionaje.
Ha sonado chocante la reacción de los militantes socialistas, que han acogido la comunicación del espionaje al presidente con alivio, por entender que los descargaba de la acusación de espiar por doquier. Mal de muchos…
El Gobierno y sus forofos vuelan por un universo alternativo, en el que todo da igual, con tal de que el Gobierno aguante impávido hasta el siguiente espasmo, convencidos de que hará olvidar al anterior.
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