Aquella España de Machado
PUERTA REAL ·
Nunca Sánchez debió eternizar la agonía de un gobierno que nacía herido de muerte, porque su legitimidad de escaños tenía como pilares a partidos que desprecian la sociedad plural cohesionada españolaSi florece el limonero en el jardín de la esperanza, es que Antonio Machado renace como fruto adelantado de primavera. Qué risa de luz desprende ... el azahar y qué bien la supo interpretar el poeta, recordando la infancia sevillana y su huerto claro. Luego llegó un tiempo de muerte y desencanto, con la joven Leonor, ya fría como mármol, abrigada sólo por la mole del Moncayo. Y don Antonio siguió con su palabra, con su lucidez y su estoicismo, con esa voz serenamente cierta, capaz de mostrar las realidades más hondas con la rotundidad de quien sabe que estamos perdiendo demasiado por el camino. Luego vino la guerra, su paso frágil por los Pirineos desde la decencia de quien no está dispuesto a callarse ante la sangre derramada, los pelotones de verdugos anunciando con sus fusiles el alba, el futuro de silencio regido por una dictadura barruntada. Cuánto dolor no guardarían sus ojos, con la ternura amorosa de su madre, tan anciana y moribunda, acompañándole por las veredas pirenaicas, camino de Francia, con destino al exilio inalcanzable, porque Colliure significó sólo la ratificación de su sentencia de muerte. Antonio Machado supo que estaba desahuciado desde que salió de Valencia, con su dignidad de poeta y su pobreza limpia. Y esta semana se cumplirán ochenta años de su asesinato, porque asesinato fue, como el de Lorca, como el de tantos intelectuales. Venció en aquel tiempo la España que rebuzna a la que piensa, la zaragatera y triste, capaz de convertir un destino de luz en pasado de sombra.
Por eso hay que decirlo, que su nombre no habite en el olvido en una tierra que se fractura por momentos, que no distingue el norte del sur, entre Vox con el pie en el estribo y estos nacionalistas de verbo florido malversando la verdad. Y, en medio, a izquierda y derecha, una clase política que no alcanza la altura que merecemos por mucho que se ponga de puntillas. Resulta evidente que les falta talla de estadistas, capacidad de acuerdo, sensibilidad comprometida con la ciudadanía que deposita el voto en las urnas exigiendo responsabilidad, verdades aunque duelan y capacidad intelectual para atisbar el porvenir que merecemos. Lo diré en verso: vivimos en la España de la rabia y de la idea,/ aquella de silencios insondables,/ de voces, de tahúres respetables,/ que venden desencanto y panacea.
Venimos asistiendo al espectáculo permanente en el congreso, a esta confrontación perpetua, a tanta miseria embrutecida. Nunca Sánchez debió eternizar la agonía de un gobierno que nacía herido de muerte, porque su legitimidad de escaños tenía como pilares a partidos que desprecian la sociedad plural cohesionada española. Pero quiso jugárselo todo a una carta cuando no convocó de inmediato elecciones, una carta que le ha sostenido nueve meses al borde del precipicio, con una bota en el cuello (Podemos) y la navaja independentista en la espalda, siendo un rehén de quienes esperaron manejarlo como un títere. Le pudo la ambición o la inocencia, tanto da. Y ahora vienen tiempos duros porque, que nadie crea que aquella «España de charanga y pandereta,/ de espíritu burlón y de alma quieta», no puede tornar. La historia siempre se repite, ya lo decía Marx parafraseando a Hegel. Primero como tragedia, con Machado. Y después, que parece que es lo que nos toca si no espabilamos, como farsa.
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