¿España acaso no es una nación?
No es obra de un gobierno o de una constitución o de una política. Es obra de siglos, de muchas generaciones de muertos y de vivos, de valientes y de cobardes, de hombres y mujeres escalonados en el tiempo
Sábado, 16 de noviembre 2019, 01:51
Iberia, Spania, Hispania, España... Los topónimos geográficos resaltan un hecho real y humano, con mucha más fuerza que la ley positiva y aún que la ... misma Historia. Para cualquier observador agudo no se le escapa que la península ibérica, desde los Pirineos abajo, incluidos Portugal y Gibraltar (estos dos últimos sendas anomalías en el contexto geográfico por decisión política que no por ley natural) constituyen desde la más remota antigüedad una entidad natural, geopolítica, más allá de todas las vicisitudes impuestas a ella por las circunstancias históricas.
Pero más allá de esa unidad geográfica, diríamos impuesta por la misma naturaleza con su ley superior y anterior a la misma Historia, últimamente ha surgido una corriente historicista que pretende imponer que España, como Nación, sólo se hizo realidad a partir de las Cortes de Cádiz de 1812 , ateniéndose al argumento de que a partir de esa fecha y de ese acontecimiento, con el triunfo del liberalismo entonces naciente y la balbuciente democracia de pasos muy lentos, fue como ya se hizo realidad la creación de la Nación española que, para los tales, hasta entonces la llamada España era sólo una entelequia, «un ensueño» como ahora lo ha puesto de moda nuestro Alto Tribunal de Justicia. O, acaso, una plurinacionalidad
Y a tal efecto, parten del supuesto, más bien hipótesis, de que la Nación, en este caso la Nación española, es una realidad temporal creada por la decisión de sus actuales habitantes que, en definitiva, son los que, en cada momento, deciden si el terreno en que han nacido y viven y, posiblemente, hasta mueren, son los titulares o, mejor dicho, los propietarios de este país, a manera de un cortijo heredado, con capacidad de decidir, en cada momento, si la tierra que pisan y en la que viven, es una Nación un subarriendo, una circunstancia, un feudo o señorío o, quizás, sólo un cortijo sui generis. Y así, el actual habitante de esta tierra se cree con derecho por la soberanía que sobre ella dice tener, según su propia ley, a definir lo que ese territorio es, y ha sido, a lo largo de la Historia. Cuando la verdad es que el actual habitante de esta tierra, la Nación, sólo es su usufructuario, con, acaso, su derecho a disfrutarla o, incluso, a reformarla, pero no a venderla o hipotecarla.
Y sobre ese argumento ad hoc, esgrimido por los titulares de esa autoatribuida soberanía, se olvidan que una Nación, toda Nación, en este caso España, no es el resultado ni de unas elecciones por muy democráticas que sean, ni por una Constitución por muy elaborada y aceptada por la mayoría social o por cualquier norme o ley que rija la vida colectiva de sus vivientes habitantes, sino que una Nación, cualquier Nación, es el resultado de un proceso no sólo histórico sino también biológico, genético, en virtud del cual tal Nación es obra de sus primitivos habitantes como de los posteriores, v.g. hispano romanos y, tras ellos, godos, musulmanes, vascos, francos y sus sucesivos hijos y generaciones que dejaron sobre ese terreno su esfuerzo, su sangre, sus hijos, sus ilusiones, sus guerras, amén de sus trabajos y sus miserias
Porque esta Nación no la hicieron los diputados de las Cortes de Cádiz, aunque pusieran su granito en la tarea. Esta Nación, ya antes que ellos, era Nación, y a su construcción y desarrollo, más o menos acertado, contribuyeron miles y miles de gentes nacidas y vividas en esta tierra, unos con más acierto que otros, pero todos alimentados no sólo con el pan de esta tierra sino también con su sol y sus sombras, amén de trabajo y su sangre, sirviendo luego sus cadáveres para fertilizar sus campos.
Una Nación no es obra de un gobierno o de una constitución o de una política. Es obra de siglos, de muchas generaciones de muertos y de vivos, de valientes y de cobardes, de hombres y mujeres escalonados a lo largo del tiempo. Por eso la Soberanía de una Nación no debe ser atribuida a la generación presente, ni a ninguna otra ausente, sino que en esa Soberanía tienen su voz y voto, tanto como la presente como las otras generaciones pasadas, aunque ya no existan, pero sí que hablan por su legado que es imperecedero.
Por ello, disponer esta generación, la nuestra, de la Nación como si fuera de su exclusiva propiedad y competencia, es una apropiación abusiva e ilegítima, porque, para cualquier efecto, hay que tener en cuenta no sólo nuestra opinión de vivientes usufructuarios, sino también la opinión callada, pero no indiferente porque es nuda propiedad, de los muertos que nos precedieron en la creación de esta Nación, que fue Nación mucho antes de proclamarla las Cortes de Cádiz de 1812. Siempre, antes y después, como Nación única y unitaria.
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