Su trabajo histórico sobre la transformación estructural de la vida pública nos permite entender dos cuestiones que hoy siguen vigentes y son de vital importancia: ... el espacio público está en constante disputa/transformación y su estructura es capital para comprender la configuración de la vida política de una sociedad. No en vano, la teórica política Hannah Arendt identificó este lugar público como el único ámbito en el que se puede producir el encuentro libre ente personas y dar lugar al milagro de la política en su sentido más radical y emancipatorio: la posibilidad de acordar entre los iguales un nuevo comienzo.
La digitalización de la vida pública, que aconteció con la popularización de Internet a partir de la década de 1990, hizo creer a muchas personas que sería el inicio de una nueva era democrática en la que se podrían prescindir de los agentes mediadores clásicos de la política: la representación y los partidos políticos. Sin embargo, la expansión de Internet siguió un esquema comercial que casaba mal con estos ideales. Los conocidos como portales competían a nivel global por convertirse en la puerta de acceso al mundo digital y para ello ofrecían a los usuarios un catálogo extenso de casi todo lo publicado en la web. De esta competición por ordenar la información disponible y estructurar la comunicación digital nació un nuevo tipo de intermediación pública, las plataformas digitales, que acabarían desbancando a los medios de comunicación de masas como actores determinantes a la hora de vehicular de la discusión pública.
Un hito destacó por encima de todos en este proceso: el desarrollo de una economía de la vigilancia que hizo posible la personalización de los contenidos digitales a disposición del público. Las plataformas digitales actuales utilizan la información que recopilan sobre quiénes somos, qué hacemos y qué nos gusta para ofrecernos una experiencia digital personalizada. Esta personalización es una de las condiciones de posibilidad de la posverdad. La razón es sencilla: si cada individuo ve aquello que las plataformas digitales creen que queremos ver, cada vez estamos menos expuestos a la diferencia y, por tanto, somos más proclives a creer en lo que queremos creer. Esto traslada la discusión pública de la calificación sobre un hecho (si está bien o mal o ha de interpretarse de esta u otra manera) a la propia existencia del hecho. Así, lo público deja de ser aquello que está a la vista y oído de cualquiera, como decía Arendt, ya que lo que nos aparece en el espacio público digital ha sido personalizado según nuestras preferencias de tal modo que sólo es accesible, de manera inmediata, a las personas que ven el mundo como nosotros.
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