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Imagen de archivo de una trabajadora en un supermercado IDEAL
Opinión

Terror en el hipermercado

Quizá me vean con una piña. No se azoren. Me las como en rodajas hexagonales, bien peladitas, maceradas con un poquito de azúcar morena.

Ernesto Medina Rincón

Jaén

Jueves, 5 de septiembre 2024, 00:03

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Eso era antes, muy antes. Mi chica ha desaparecido y nadie sabe cómo ha sido, Alaska y los pegamoides dixerunt. No estaba ni donde las ... latas de bonito ni en complementos. Para solaz común Mari Pili tras horas de angustia fue encontrada y ahí sigue sonando desde los ochenta. Hace un tiempo no tan lejano en los supermercados acontecía lo usual. Que se te perdiese tu amada, las ofertas de embutidos y la matraca de los niños, «mamá, cómprame un Phoskitos», que no apartaba a los padres de la comparación de los precios de los detergentes porque el recibo de la hipoteca mordía mensualmente las nóminas. Por aquel entonces al cliente le daban las cajeras a puñados bolsas de plástico, con el subsiguiente ahorro de bolsas de basura. El pago se efectuaba en efectivo frente a las múltiples opciones actuales —bizum, tarjeta, wallet en el móvil— que confunden al paganini a tal punto que en más de una ocasión se lía con el consiguiente apremio de la cola. Los gerentes recurrían a técnicas de mercadotecnia sencillas, pero eficaces y contrastadas. Las ruedas de los carritos giraban en dirección a unos estantes concretos donde a la altura de los ojos colocaban el producto al que se pretendía dar salida prioritariamente. Los más avanzados cambiaban la música de ambiente según la concurrencia y hora. Las ofertas, en grandes cartelones. Los odres viejos no sirven para el vino nuevo por lo que la última tendencia es utilizar los pasillos de las frutas y verduras como lugar de ligue. Ha corrido por las redes el rumor de que entre seis y siete de la tarde, en Mercadona, una piña puesta del revés significa disponibilidad para pasar la noche en lances galantes. Añádase un choque con el carrito de la persona pretendida en la sección de vinos y la coyunda está incluida en el precio de la compra. Riesgos hay. Que el objeto de deseo no se cosque y reclame con gritos a los seguratas porque está siendo acosado. Al margen de lo inadecuado de convertir los pasillos de los productos de limpieza en un remedo de las pistas de coches locos. El experimento, no obstante, debe haber aumentado las ventas porque otras cadenas se han sumado a la iniciativa aportando su particular ingrediente. Según Lidl el salmón envasado significa «te estoy ahumando locamenti». Carrefour —el Pryca de toda la vida en Jaén— pregona la hora feliz del amor «fueguito, fueguito hoy de 20 a 21 horas en nuestras tiendas», mientras que MediaMarkt establece horarios según el perfil: a las 10 los jubilatas; a las 12 los divorciados; los «kpopers» —ni puta idea hasta que en Google he leído que son aficionados al K-pop coreano— por la tarde. Después los gamers. Quizá me vean con una piña. No se azoren. Me las como en rodajas hexagonales, bien peladitas, maceradas con un poquito de azúcar morena. Fibras, vitaminas y no son calóricas. Llámenme carca, pero la piña de postre en una cena íntima, que carece de erotismo ligar entre limpiadores para el baño y yogures desnatados. Sin contar que pervivimos algunos románticos fieles a un solo amor.

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