Las sombras son iguales

Los invitados se han mostrado, según su carácter o la pierna con la que se hubieran levantado, afables o broncos. Espontáneos los menos. Aunque los colaboradores no llevábamos el cuchillo entre los dientes, en cuanto hemos planteado temas obvios han levantado la consabida muralla de argumentos manidos. «¿Las conexiones ferroviarias de la provincia? ¿El tranvía? Nosotros hemos hecho todo lo posible. La responsabilidad es del gobierno de turno -siempre del otro partido- que no cumple lo que promete. Hay que exigirle compromisos. Que se dejen de palabrería». Cada vez que se les ha hecho ver que en el gobierno de la Junta o de España se han turnado ambos, han optado por una larga cambiada poco convincente.

Observarán que no cito nombres propios ni siglas de partidos. Es indiferente quién se siente ante el micrófono. Los recursos, los vicios políticos han sido los mismos, sustanciados en el clásico «la culpa siempre es del rival». También el clásico intento de desviar la atención con un ataque del contrario. Cuando la prensa ha desvelado que el Barcelona había pagado la asesoría sospechosa del vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros, Joan Laporta, presidente del club, ha afirmado que la noticia aparece en el momento en que el Barça lidera la Liga con el fin de desestabilizarlo. Posteriormente ha añadido que la exigencia de responsabilidades por parte de Tebas sólo pone de manifiesto su fobia al equipo culé. Humo para eludir responsabilidades. El mismo que se quedaba en el estudio de grabación concluido el programa.

Mi padre solía citar los versos de Ramón de Campoamor, «en este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira». Cada vez que se ha pronunciado la palabra CETEDEX, el proyecto del ejército que se instalará en el polígono industrial Nuevo Jaén, he sonreído amargamente al constatar que sobre un mismo suceso las partes divergen de manera radical. ¿Panacea o fraude? Los años venideros dispondrán lo que acontezca, pero ambos han dejado el terreno abonado para justificar el fracaso si lo hubiere: no hubo lealtad institucional por parte del adversario.

Preferiría que mi compadre Agudo no me hubiera invitado. O que yo en un trance de lucidez hubiera rechazado el ofrecimiento. Me pudo la vanidad. En justa penitencia he trocado mi estatus político. Antes era una abstencionista feliz. Ahora soy un amargado descreído al que han definitivamente convencido de que acudir a las urnas es una estupidez. Ustedes mismos.