Mis Reyes Magos
Desde hace ya mucho tiempo me aferro a la noche del cinco de enero. Salgo en busca de la cabalgata. Cojo caramelos
Ernesto Medina Rincón
Miércoles, 10 de enero 2024, 22:53
Melchor en camello. Gaspar a lomos de un caballo blanco. Y Baltasar, ¡ah, Baltasar!, subido en un elefante que sonreía con la trompa levantada. Cuando ... mi provecta edad mira al pasado se le aparecen de esta guisa Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente. Eran las figuritas de barro que conformaban el belén que cada año montábamos en mi casa. Las cortezas de corcho para simular las montañas se guardaban de un año para otro. El musgo bajábamos a buscarlo con mis padres en las vías del tren o por las laderas del Castillo.
La bruma de la memoria infantil se disipa para atisbar que aquel nacimiento lo compraron mis padres con el premio de un cupón de los ciegos. Por aquel entonces 'los iguales' sólo tenían tres cifras impresas en un pequeño cuadrado de papel. Cada localidad realizaba su propio sorteo. El número premiado de Jaén se anunciaba al anochecer en la fachada del edificio donde la ONCE tenía y tiene su sede, en la calle Mesa. Los premios no sacaban a nadie de la ruina, pero servían para algún capricho. Mis padres -así quiero recordarlo- nos contaron en qué iban a invertir el dinero mientras dábamos un paseo por la Plaza San Francisco, justo en la esquina donde una hucha iluminada de una entidad de ahorros coronaba el edificio de Correos. Unas monedas, al encenderse en una secuencia descendente, simulaban que se introducían por la ranura. Nos llevaron de la mano a Rosarte, establecimiento de la calle Virgen de la Capilla, donde fue adquirido el misterio, los Reyes y algún pastor. «Todo no puede ser. Ahorrad y vais comprando cada año para completar el Nacimiento».
Sesenta años dan para momentos de felicidad y satisfacciones, pero aquella certeza de protección, seguridad y dicha bajo el amparo de las manos de mi madre y de mi padre es irrepetible. Cuando ignoraba que existiera el mal, los ojos nos brillaban a mis hermanos y a mí suspensos en la eternidad.
Desde hace ya mucho tiempo me aferro a la noche del cinco de enero. Salgo en busca de la cabalgata. Cojo caramelos. Estoy convencido de que la luz en las calles de esa noche es distinta. Mágica. Es mi trasunto de la luz de domingo que glosaba don Alfonso Sancho citando a Pérez de Ayala en las clases de literatura del Masculino donde intentaba desasnarnos a tanto cenutrio.
Soporto la prostitución de la Navidad porque el día seis son los Reyes. En esas horas que transcurren hasta que comparto con la familia el Roscón -relleno de chocolate por unanimidad- acumulo sonrisas para todo el año, postergo la misantropía, olvido guerras, desempleo, miseria, soledad. Se me abre un paréntesis temporal en el que no existe la desgracia y mis padres siguen siendo los héroes con superpoderes que impedirán que me suceda nada malo. Si no existieran los Reyes, yo languidecería…, yo moriría ausente la esperanza.
Llámenlo si gustan, dilectos lectores, romanticismo o sensiblería. Yo prefiero pensar que es el reducto que albergamos de inocencia y bondad. Lo que nos permite seguir adelante. Permítanme, por tanto, que les desee muy felices Reyes Magos.
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