Sin esperanza
En la España actual es imposible sentir empatía alguna con ninguno de los dos grandes partidos.
Ernesto Medina Rincón
Jaén
Miércoles, 23 de julio 2025, 22:42
Los aficionados del Atlético de Madrid estamos convencidos de que las fuerzas oscuras nos birlaron dos finales de la Copa de Europa. Una, con un ... gol en contra fuera de tiempo. La segunda cuando justo antes de empezar la prórroga le perdonaron una tarjeta roja de libro a un defensa central rival que derribó por detrás sin posibilidad de jugar el balón a uno de nuestros muchachos, siendo además el último jugador antes de irse raudo en solitario hacia el portero.
En el bando contrario esgrimirán razones en sentido opuesto. Incluso cabe que apelen al magisterio del expresidente Aznar dando saltos como un poseso cuando el equipo de todos los regímenes hubo obtenido el inmerecido empate. Cosas del fútbol, donde la subjetividad es bandera y principio sin el cual no se entiende el principio agonístico -propio de una competición deportiva- que rige la pasión deportiva.
Otrora he comentado que, sin embargo, me perturba que el fanatismo se instale en el debate sobre la 'res publica'. Lo que comenzó siendo desazón se convirtió en un escepticismo sobre la inmutabilidad de los pensamientos políticos de la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles. A estas alturas -también lo he repetido en muchas ocasiones- ni pretendo convencer ni ser convencido. Simplemente es imposible. El fanatismo cierra los puentes de un diálogo constructivo. El mío y el del contrario. Rara vez entro ya en debates políticos. Si los interlocutores son de mi parecer, ¿para qué incurrir en un narcisismo innecesario? Si piensan distinto, es jugar al frontón.
A Violeta no le gustan las películas del Oeste por mucho que haya intentado convencerla de que son imperecederas para el retrato del alma humana. En 'Sin perdón', un western crepuscular en el que curiosamente -por actual- el desencadenante de la trama es un ajuste de cuentas promovido por unas putas, a nadie le asiste la razón ni tiene el respaldo de la legalidad o, en sentido más abstracto, de la justicia. No obstante, al final nuestras simpatías, que para algo es el director y el actor principal, se quedan con el personaje de Clint Eastwood.
En la España actual es imposible sentir empatía alguna con ninguno de los dos grandes partidos. Pedro Sánchez asemeja el sheriff corrupto, aislado y que basa su supervivencia en un poder autocrático y una red clientelar. Feijóo es como los pistoleros contratados por las meretrices para vengar a una de las suyas. Con un pasado turbio en su formación con el que no se atreve a romper, sean los indicios delictivos de Montoro, la incapacidad -probablemente algo más- culposa de M. Rajoy o la negligencia invalidante de Mazón. Uno continúa de presidente de la Generalitat Valenciana y el otro es recibido con honores en el congreso del PP.
En el crepúsculo de mi percepción política, me he sentado con un cigarrillo entre los labios en el porche a esperar, mientras me balanceo en la mecedora, quién de los dos vendrá a matarme. En el tambor del revólver que reposa en mi regazo sólo queda una bala. Hoy por hoy –¡en sentido figurado!– es para Sánchez. Aunque da igual. Aguardo sin esperanza. Con ningún perdón.
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