Una peseta, una piruleta
Volverá a ser presidente de Gobierno (Sánchez) habiendo vendido al personal que aliarse con los meapilas del PNV o la burguesía reaccionaria de Junts es progresista.
Ernesto Medina
Jaén
Miércoles, 23 de agosto 2023, 23:28
Mis colegas de la escuela no eran muy aficionados ni a las piruletas ni a los chupachups. No había discusiones bizantinas en torno a los ... sabores. Tampoco se celebraban simposios durante los recreos por dilucidar qué era más placentero, ora chupar el caramelo esférico ora el aplastado. Los treinta minutos transcurrían en la transacción de cromos de futbolistas. «¿Tienes a Gárate? Te lo cambio por Sadurní y Gaztelu». Los excedentes de estampas 'repes' eran apostados en las timbas del patio. Los montones de futbolistas cambiaban febrilmente de manos. Al sonreír la fortuna a uno de los apostantes, mientras recogía la cosecha del suelo, ufano proclamaba como timbre de triunfo, «una peseta, una piruleta». El coro de mirones coreaba complacido, «mil pesetas, mil piruletas». El lema había triunfado puesto que se pregonaba fuera de contexto y ocasión. El producto era popular. La parte mollar del negocio estaba finita al margen de la calidad de la golosina.
Busquen en su memoria, dilectos lectores, frases publicitarias que se les han quedado grabadas per saecula saeculorum. De algunas incluso quizás ignoren qué anunciaban. Bastaba con captar la atención y fijar el mensaje. Piensen cuántos humoristas pésimos se han consagrado entre el fervor popular por un chascarrillo. 'Cuñaaaaao' o 'pos sí' dieron fama -y no efímera- a mediocridades.
Un lema. Unas palabras que calen. El nombre de un nuevo negocio. El acierto garantiza el éxito. Por más que fiar el triunfo de la empresa al envoltorio manifiesta un consumidor manipulable y falto de criterio. Los partidos políticos, que en lo esencial repiten los mismos postulados de mercadotecnia, saben que hay millones de sufragios que se mueven por el impacto de una idea trasladada con nitidez y machaconamente. El ciudadano, o el consumidor, que busca, compara y si encuentra algo mejor lo compra o lo vota, es rara avis. El elector desconoce las propuestas de los concurrentes a las elecciones sobre impuestos, la sequía o el empleo. Ignora quiénes son los candidatos de su circunscripción. Lee o escucha -seamos una miaja optimistas- el periódico o la radio que apriorísticamente le son afines. En ese páramo de ignorancia pide a gritos que una secuencia de palabras, ni siquiera una idea, le resuelva -sensu stricto, sensu lato- la papeleta. El más listo se queda con el montón de estampitas.
La mayor virtud de Pedro Sánchez no estriba en su galana apostura de juvenil madurez ni en la capacidad que se le atribuye para la simulación o el engaño. Ha convertido España en una barraca de feria donde vende frascos de pócimas milagrosas que sirven igual para que crezca el pelo o curar las almorranas. Volverá a ser presidente de Gobierno habiendo vendido al personal que aliarse con los meapilas del PNV o la burguesía reaccionaria de Junts es progresista. De colofón ha metido de rondón que el PP con lo votos de VOX nos devolvería al averno franquista. Mucho más casposo que 'cuñaaao'. Las piruletas, al menos, tenían sabores para elegir y procuraban una satisfacción. Tampoco recuerdo que ninguno de mis amigos renunciase a una piruleta porque era a muerte de los chupachups. O viceversa.
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