La estatua de Franco
Gustamos de convertirnos en un reducto numantino frente a ambos.
Ernesto Medina
Miércoles, 25 de diciembre 2024, 22:08
Cuando los alumnos del Instituto Masculino hubieron vuelto a las clases en septiembre de 1975 vieron desde las aulas que frente a la comisaría de ... la Policía Armada se había aparecido una estatua del dictador. 'Jaén a Francisco Franco'. Se barruntaba la muerte del tirano, que lo alcanzaría en su cama y siendo Caudillo de España por la gracia de Dios pocas semanas después. Los partes del equipo médico habitual presagiaban el desenlace de un régimen amortizado. Mis padres hacían cábalas, «¿nos dará tiempo de empapelar el salón y los dormitorios en los días de luto oficial?». Franco ya pintaba poco en la vida de los españoles. El domingo siguiente hubo fútbol en La Victoria. La gente estaba más preocupada de que el Real Jaén le ganara al Linares que de la muerte del general, «al final, por mucho Generalísimo que seas te bajan a la tumba con cuerdas. Como a todo el mundo».
La estatua, broncínea, 700 kilos, con uniforme de general, la cara de un viejo, tenía una peculiaridad. El brazo derecho estaba extendido a la manera del saludo fascista, pero inclinado hacia el suelo en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Era una tentación para un osado. Al que no amedrentó la cercanía de los 'grises' para colgarle un yoyó en esa mano tonta. Permaneció la estatua en su pedestal hasta que en 1986 el alcalde socialista José María de la Torre -nombre y apellidos para reconocerle el mérito- decidió mediante decreto municipal su retirada ipso facto. Once años después, tras la Reforma Política, las primeras elecciones democráticas, la Constitución, el golpe de estado del 23 de febrero, el triunfo de Felipe González, ¿qué pintaba la estatua de Franco en el centro de Jaén?
Lo mismo que cuando fue erigida. Nada. Sólo a los jienenses, en su afán de nadar contracorriente, podía ocurrírseles rendir honores al tirano siendo sólo un títere entubado. Tarde para el homenaje. Tarde para que hubiera venido a la inauguración del monumento. Muy tarde para que el acto de pleitesía hubiera podido reportar algún beneficio a la provincia en muestra de agradecimiento. Por muy tontos y torpes que fuesen los gerifaltes provinciales del Movimiento ignoro qué pretendían con aquella ofrenda casi póstuma. Fue un inane brindis al sol.
O quizá una muestra de la idiosincrasia jaenera. Con frecuencia suicida nos hemos empeñado los jienenses en que nuestro voto elija al alcalde de un partido político a trasmano de los mandamases que gobiernan en Sevilla y Madrid. Gustamos de convertirnos en un reducto numantino frente a ambos. La circulación en sentido contrario nos ha apartado al arcén. Con menosprecio y olvido nos han cobrado la deuda del recuento equivocado de las papeletas.
Me ha asaltado el presentimiento de que la moción de censura en el Ayuntamiento nos pille una vez más con el paso cambiado. Cito a Virgilio, 'timeo Danaos et dona ferentes' -no me fío de los griegos ni cuando traen regalos-. En mi caso, ni de populares ni de socialistas. Aunque por una vez me gustaría estar del lado de quien reparte las cartas.
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