La autoridad deseada y la autoridad rechazada
Enrique Gervilla
Lunes, 12 de agosto 2024, 22:59
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la autoridad es «el poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de ... derecho»: padres, autoridades civiles y religiosas, patronos, profesores, etc. Cuando tal poder se resiste a la obediencia, es necesario el ejercicio de la fuerza para vencer la resistencia del otro ante las órdenes dadas.
El poder de la autoridad: prestigio o imposición
El ejercicio de la autoridad puede realizarse de múltiples modos o maneras, fundamentalmente como agrado o como imposición.
La autoridad, desde la visión humana y humanizante, es prestigio en 'ser', 'saber' y 'hacer'. Y el prestigio no se impone, sino que se desea y se busca, porque nos ayuda a crecer como personas, dando solución a nuestros problemas. Así, se busca el médico de prestigio, al igual que el abogado, el sacerdote, el arquitecto o el profesor, por cuanto a mayor prestigio, mayor autoridad y poder en la solución de los problemas. Este también es el modo humanizador de la obediencia, pues, persigue como objetivo, ayudar a las personas en su propio desarrollo personal, de autonomía, libertad, liberación, espíritu crítico, fuerza de voluntad, etc. Desde la ayuda que le presta la autoridad, la persona ha de ir ascendiendo progresivamente hacia mayores cotas de libertad y autodominio
Cuando la autoridad carece de prestigio es necesario recurrir a la imposición de la obediencia militar o de subordinación, así como a las órdenes injustificadas en las que predomina la «obediencia ciega», sin comprensión, ni justificación racional alguna para quien obedece. Estas situaciones son calificadas de autoritarias e impositivas, pues se obedece en contra de la inteligencia y de la voluntad personal. En tales circunstancias es lógico que se hable de crisis de autoridad política, paterna, religiosa o académica… y también de rebeldía juvenil, anarquismo, o pasotismo en los jóvenes. En ciertos momentos históricos, esta situación crítica general sobre la autoridad ha invadido, de forma a veces alarmante, el recinto escolar, familiar, político y social.
El ideal es que autoridad y poder vayan juntos, y que la jerarquía, que siempre supone poder, esté asignada a quienes demuestren la autoridad-prestigio suficiente en su campo de actuación, pues la autoridad en su acepción primitiva («auctoritas») no iba unida a poder. Era una prerrogativa de los «senes» (ancianos), del senado romano, que no poseía el poder («potestas»). Su único poder era moral y conciliador, dado el reconocimiento de una mayor experiencia y, por tanto, competencia en los diversos asuntos de la «res pública».
La autoridad en ayuda de la libertad
La autoridad y la libertad pueden parecer como términos «antitéticos» o «antinómicos», pero en realidad no existe tal contradicción, pues ambos binomios significan tensión y «dynamis», que se proyecta desde lo que es, o lo que hay, hacia lo que se desearía que fuera y aún no lo es, una tensión dinámica y superadora. Sólo desde la seguridad que proporciona la autoridad es posible hacer crecer al niño y al joven hacia la libertad.
La libertad es uno de los atributos más específicamente humanos, por lo que su defensa es prioritaria ante cualquier intento de amenaza, pues ella es la clave de la responsabilidad, de la moral y de la dignidad humana. Cuestión distinta es el grado de libertad cedida al niño o al joven acorde con su edad cronológica y su madurez psicológica.
La autoridad-prestigio de los educadores
La relación que se establece entre el educador y el educando no es la relación militar de subordinación, sino una relación humana de respeto, cariño, prestigio y ayuda. Hay en ella una compleja relación de competencias didácticas, científicas y personales, que persiguen como objetivo: ayudar a que el educando termine siendo el responsable de su propio desarrollo personal. Desde esta ayuda, el educando ha de ir ascendiendo progresivamente hacia mayores cuotas de libertad y autodominio.
«Libertad y autoridad —decía Jaspers—se pertenecen recíprocamente: la una se hace más verdadera, más pura y más profunda sólo mediante la otra; se convierten en enemigas sólo cuando la libertad degenera en arbitrariedad y la autoridad en violencia (...). La autoridad sin libertad convierte el poder en terror (...). La autoridad es verdadera sólo en cuanto despierta la libertad».
En este mismo sentido también Spranger afirmaba: «Quien da libertad completa al educando no le educa, y quien le tenga completamente sometido tampoco le educa».
Conclusiones
1. La autoridad, en cualquier ámbito, puede ser deseada o rechazada según el prestigio de dicha autoridad.
2. La ausencia del prestigio conduce a la imposición de la autoridad, a la subordinación, a la «obediencia ciega», sin comprensión, ni justificación racional alguna para quien obedece.
3. Las situaciones autoritarias e impositivas, al obedecer en contra de la inteligencia y de la voluntad, ocasionan crisis de autoridad política, paterna, religiosa y académica, así como rebeldía juvenil, anarquismo, o pasotismo en los jóvenes.
4. La autoridad y la libertad pueden parecer como términos «antitéticos», pero en realidad no existe tal contradicción, pues estos binomios significan es una tensión, una «dynamis» desde lo que es, hacia lo que se desearía que fuera y aún no lo es, una tensión dinámica y superadora...
5. La autoridad de los educadores debe ser prestigio del 'ser', 'saber' y 'hacer'. Y el prestigio no se impone, sino que se desea y se busca, porque nos ayuda a crecer como personas.
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