Mis encuentros con Jaime Funes
Cada Día Mundial del Sida (1 de diciembre) me pongo un lazo rojo y reviso todo lo que aprendimos gracias al síndrome de inmunodeficiencia adquirida. Me felicito por lo que sigo haciendo bien; y hago propósito de enmienda respecto a lo que, por acción o por omisión, hago de forma mejorable
josé luis bimbela
Viernes, 29 de noviembre 2019, 23:13
Mis encuentros con Jaime Funes, psicólogo, educador y periodista, se remontan a esos años en los que la explosión inesperada del vih/sida nos pilló « ... fuera de juego» y nos obligó a ser osados, a copiar (a otros países) y a inventar (en el nuestro), a investigar (hábitos y comportamientos) y a trabajar «codo con codo» con aquellas personas a las que nos dirigíamos (olvidando el prepotente e ineficaz «todo para ellos, pero sin ellos»). La aparición brutal del sida nos ayudó a realizar aprendizajes que han sido de enorme utilidad para mejorar nuestra salud (pública y privada) en ámbitos relevantes como los cuidados paliativos, la atención a las enfermedades crónicas, la adherencia terapéutica, la inteligencia emocional y social, los diagnósticos conductuales, la sexualidad, la alimentación.
Cada Día Mundial del Sida (1 de diciembre) me pongo un lazo rojo y reviso todo lo que aprendimos gracias al síndrome de inmunodeficiencia adquirida. Me felicito por lo que sigo haciendo bien; y hago propósito de enmienda respecto a lo que, por acción o por omisión, hago de forma mejorable. Es mi forma de homenajear a profesionales y pacientes que dejaron la piel y la salud (algunos la vida) en el intento.
De Jaime Funes recuerdo con admiración sus visitas a nuestra Escuela Andaluza de Salud Pública. Acudía cada año para dar clases en los cursos que sobre «Adolescentes y jóvenes» impartíamos a pediatras y otros profesionales de la salud. Me maravillaba la forma en que Jaime era capaz de aunar sensatez y radicalidad, lucidez y sentido común. Una de sus frases más celebradas: «Los adolescentes necesitan adultos cercanos que no tengan la obligación de angustiarse». Y una de las que más he «reutilizado» (citando la fuente, claro) aplicándolo también a otros grupos poblacionales: «Aprender a hacer «no hacer» nada». Una frase que, según me confesaba, se empeñaban en corregirle, en las editoriales en las que publicaba sus libros.
Ese sabio «no hacer» significa estar presente sin intimidar, acompañando respetuosamente procesos vitales indispensables (de crecimiento y cambio personal con sus crisis correspondientes); y que implica facilitar, promover y reforzar la autonomía del «otro», razonando y argumentando frente a la imposición y la prohibición. Con alegría y entusiasmo. Desdramatizando. Ese lúcido «no hacer» que conlleva presencia en cuerpo y alma, una atención plena y un compromiso ético ligados al amor y a la confianza mutua. A la libertad y a la responsabilidad.
Jaime ha sido una inspiración constante. Primero con la puesta en marcha de la estrategia de reducción de daños (respecto al uso de drogas) que, en esos difíciles tiempos de heroína y sida, tanta mortalidad y morbilidad ayudó a prevenir y a tratar. Aprendimos. Y empezamos a aplicar esa estrategia (sustentada en estudios cualitativos y en sesudos informes de la Organización Mundial de la Salud) también en el uso de las drogas legales. Y seguimos aprendiendo. Y después lo aplicamos en aquellas conductas relacionadas con hábitos más saludables (sexualidad, alimentación, ejercicio físico, higiene mental, gestión emocional, habilidades sociales). Frente a la trampa del todo/nada comprobamos la utilidad del continuo, de la gradación (de cero a cien) para mejorar paso a paso.
Con Funes desvelamos tópicos e ingenuidades: «Mi hijo no lo hará», «No consumirá (ni esto ni lo otro)», que permitieron abordar con evidencia científica y con afectividad humana, los riesgos asociados a determinadas prácticas y comportamientos. Se lograron éxitos reseñables en las formas de educar y acompañar procesos, que entre jóvenes y adolescentes suelen ser caóticos y desnortados. Para ello nos fue muy útil el «triángulo para un uso inteligente» que contemplaba la interacción de tres vértices: el sujeto (con sus variables físicas, emocionales, espirituales), la sustancia o producto del que se quería prevenir un uso abusivo (tabaco, alcohol, sexo, comida, móvil, redes sociales); y el medio (entorno familiar y social en el que tenía lugar el consumo «abusivo»).
Las recomendaciones de este mes: uno de los últimos libros de Jaime Funes «Quiéreme cuando menos lo merezca… porque es cuando más lo necesito»; y una socióloga, poeta y cantante guatemalteca (Rebeca Lane), a la que descubrí recientemente en un programa de radio que, como ella y como Jaime, es radicalmente humano y solidario: «Punto de Fuga» (Cadena Ser).
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