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Elogio de la pandereta

El español navega entre la vergüenza de lo suyo y un orgullo desmedido por esas mismas cosas, de manera que siempre tropieza en el complejo o en el chauvinismo, que son la salida y la meta del cateto

Jueves, 12 de septiembre 2019, 23:02

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Cuando era un niño, pensaba que Camilo Sesto era Camilo Sexto, pues quizás viera él a un rey loco, un Luis XIV de sí mismo ... por el tupé, la voz, el carácter personalísimo y ambiguo de su inquietante aspecto, siempre entre un niño y una vieja. Como la oveja. Ahora que ha pedido la cuenta creo que España tiene a Camilo Sesto en el debe, pues convirtió a un artista en una excusa para la mofa y relegó al territorio de la risa a un cantante sólido y prolífico que mantuvo su personalidad y su coherencia artística desde el principio de su carrera hasta el final. Elevo a Camilo VI, pisoteado por la españolía, pues de haber nacido en otro país, lo hubieran tratado como a Bowie o a Gainsbourg, y en España se rieron de él hasta recluirlo en el palacio de la vulgaridad de un chalé de Torrelodones como una muñeca rota, despeinada y mal maquillada. Porque su sexualidad era ambigua, por el pelo, igual, por la mirada atrevida, porque se operó la cara, porque era de aquí, al fin y al cabo. Si hubiera sido francés, hubiera sido un cantante de culto. España es un país líder en transplantes de órganos y en equivocarse en sus juicios, pues encumbra al primer pendejo que pasa por la Gran Vía y en cambio entierra el verdadero talento. Este país destaca por una habilidad obstinada –como solamente puede resultar obstinado lo ibérico– de restar valor al que lo tiene y regalárselo al vaina, de convertir al friqui en artista y al artista en friqui.

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