Me gusta leer los discursos de las escritoras y escritores en la recepción de un premio literario; me parecen una síntesis de su trayectoria vital ... y cultural, una explicación de sus motivaciones, de sus anhelos y esperanzas; una forma de compartir su obra – incluso la que aún no han escrito – y de hacernos cómplices de la experiencia que plasmarán – ficcionada, pero vivida de distintas formas – en su poesía y en su novelas.
Quizás el primer discurso que leí fue el de Pablo Neruda, cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en mil novecientos setenta uno: el poeta nos lleva por su geografía física y sentimental, nos muestra un camino difícil, en el que elige la lucha y la esperanza compartidas, y acaba invocando la ardiente paciencia de otro poeta, Arthur Rimbaud, para conquistar las espléndidas ciudades donde habrá luz, justicia y dignidad para todos los seres humanos.
Albert Camus recibió el Nobel en el año mil novecientos cuarenta y siete y habla en su discurso del noble oficio de escritor, cuyas tareas son el servicio a la verdad y el servicio a la libertad, porque el artista se forja en un perpetuo ir de sí mismo hacia los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse; atento al dolor, sin desdeñar nada y obligado a comprender en vez de juzgar.
También me pareció magnífico el discurso de Doris Lessing, cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias en el año dos mil uno y reivindicó la educación humanista que une a personas separadas por océanos y continentes en un entramado de referencias e historias compartidas en libros. Olga Tocarczuk, Nobel de Literatura en dos mil diecinueve, empezó el discurso recordando a su madre y los cuentos de la infancia y terminó reivindicando la ternura como la forma más modesta del amor, tan necesaria en estos tiempos de individualismo feroz; la ternura aparece cuando miramos de cerca y con cuidado a otro ser, a algo que no es nuestro yo y esa forma de mirar muestra al mundo vivo, interconectado, en cooperación y codependencia; la literatura se basa en la ternura, porque es una forma consciente de compartir la vida y de buscar lazos que nos conectan con otros seres humanos.
Maravilloso igualmente el discurso que leyó Cecilia Roth en nombre de Cristina Peri Rossi, Premio Cervantes del año dos mil veintiuno, un discurso feminista en el que cita a personajes literarios como Marcela en 'Don Quijote de la Mancha' o Helena en 'La Ilíada', convertidas en heroínas trágicas por no aceptar el papel que el patriarcado asigna a las mujeres; ella misma se confiesa como una 'Quijota' que intenta deshacer entuertos y se pone en camino, armada de sus libros, para defender la libertad y la justicia.
Y voy a recordar de manera especial el discurso de la poeta polaca Wislawa Szymborska al recoger el Premio Nobel de Literatura de mil novecientos noventa y seis, porque habla de los poetas y de la inspiración – cualquier cosa que sea- como un perpetuo «no sé», dos palabras que, según ella, están dotadas para el vuelo y que no solo pertenecen a la poesía: ella imagina a Newton y a Marie Curie diciendo «no sé» y prosiguiendo en su búsqueda constante del hallazgo científico… Y he dicho que quiero recordar especialmente este discurso porque cuando lo leí por primera vez pensé en la poeta, en sus dudas y en su asombro, pero pensé sobre todo en las mujeres que, a lo largo y ancho de la Historia, nos hemos sentido obligadas tantas veces a decir «no sé», pero, a pesar de la incomprensión, los prejuicios y las normas impuestas, hemos hecho que esas palabras nos inspiren para seguir indagando, descubriendo, trabajando y luchando para vivir – y de escribir en igualdad y en libertad.
Porque para nosotras decir «no sé» es, y sigue siendo, afirmar la vida.
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