Herramientas para contar el horror
La 'docuficción' 'La voz de Hind', que trata las últimas horas de vida de la niña asesinada por el ejército de Israel, es un híbrido inapropiado si lo que pretende es documentar o denunciar un crimen porque abre la puerta al cuestionamiento de las pruebas
Durante el Festival de Cine de San Sebastián vi 'La voz de Hind', la película «basada en hechos reales» y catalogada por la crítica como « ... docuficción» que trata las últimas horas en la vida de la niña de seis años Hind Rayab, asesinada por el ejército de Israel. Esta película consiguió el Premio del Público del Festival. Entiendo y respeto los motivos del público –solidaridad, denuncia, compromiso– pero, al mismo tiempo, considero que es importante reflexionar sobre cómo nos acercamos a la representación artística de sucesos tan extremos como el asesinato de Hind Rayab.
Estos fueron los hechos: el coche en el que viajaba Hind con su tío, su tía y cuatro primos, es tiroteado por el ejército de Israel. La niña consigue sobrevivir a este primer ataque y se mantiene, durante horas, en comunicación telefónica con la Media Luna Roja, que intenta organizar su rescate. Para ello, necesita que el ejército de Israel apruebe una ruta. A pesar de que el coche acribillado donde se mantiene Hind junto a sus familiares muertos está a solo ocho minutos en coche desde el puesto de la Media Luna Roja, el ejército tarda horas en dar luz verde. Cuando la ambulancia sale a su rescate y está a punto de llegar al coche, es también acribillada y se pierde la comunicación tanto con los rescatadores como con la niña. Dos semanas después, una vez que el ejército se ha retirado de la zona, encuentran a Hind y a los dos colaboradores asesinados.
La trama de 'La voz de Hind' se elabora a través de los audios reales que quedaron grabados como testimonio de este crimen atroz y que escuchamos durante toda la película. El resultado es un visionado dolorosísimo, a ratos insoportable, que genera –por lo menos a mí me generó– una serie de sensaciones físicas y emocionales muy fuertes. No hablo de lágrimas, sino de dolor de estómago y de cabeza, de cansancio extremo, de parálisis. La voz de la pequeña Hind Rajab se queda clavada como un punzón en la memoria y eso, creo yo, es bueno. Nadie que vea esta película se olvidará de su angustia, su terror, su desesperación. Una niña escondida en un coche rodeada de los cadáveres de su familia, viendo los tanques y a los soldados israelíes alrededor, durante horas, disparando y asesinando. Nos la imaginamos agarrada a su teléfono, la escuchamos llorando de miedo y de angustia, pidiendo que alguien vaya a buscarla, rechazando hablar de cosas banales como cuando le preguntan por su color favorito –no me gusta ningún color, dice– aceptando rezar una oración con una de las mujeres que la acompaña al otro lado del teléfono. A nadie se le olvidará tampoco la angustia de las personas que atienden la llamada, que ansían, impotentes, consolarla y acompañarla, y del coordinador que intenta obtener la luz verde para la ambulancia.
Si el objetivo de la película era denunciar este crimen y, con él, el genocidio que ha cometido –y sigue cometiendo, a pesar de la supuesta paz– Israel en Gaza, lo consigue. Al mismo tiempo, hay cuestiones relacionadas con la forma en la que se elabora el material documental que creo que son discutibles o que, al menos, abren un debate sobre la representación en el arte de testimonios que constituyen prueba de crímenes de guerra y violación de derechos humanos.
Según declaraciones de la directora Kaouther Ben Hania, no solo los audios de Hind que escuchamos durante la película son reales, también lo son, pero solo en parte, los del equipo de la Media Luna Roja. Y aquí considero que está el problema: la película envuelve el testimonio de Hind en una ficción y una interpretación, hay una trama que se estructura como si fuera un 'thriller' y una escenificación –a veces torpe, todo sea dicho– de las tensiones de la sala de emergencias que no sabemos cuánto tiene de real y cuánto de ficcionado. En definitiva, se nos presenta una película con elementos ficticios como verdad documentada. La 'docuficción' es un híbrido inapropiado si lo que se pretende es documentar o denunciar un crimen: abre la puerta al cuestionamiento de las pruebas materiales, ya que estas se manipulan al servicio de una narrativa, y difumina la línea entre realidad y ficción. En la era de la creación de imágenes falsas a través de la IA, de los bulos y la posverdad, jugar con esta línea me parece peligroso y, por desgracia, un signo de los tiempos. Una película no puede ser 'docuficción' y pretender ser también 'cine testimonial'. Para que lo segundo fuera cierto, la película debería ser puramente documental, reconociendo, por supuesto, que toda narración, por muy alejada de la ficción que esté, tiene un sesgo y una subjetividad. En este caso, aunque no se toquen los audios de Hind, sí se les da un contexto que depende de un ritmo narrativo, se les hace interactuar con contenido inventado y, por tanto, se transforman según unas condiciones que no son, ni pretenden ser, las originales. De hecho, Kaouther Ben Hania no dio un guion a su elenco —es decir, no les hizo aprenderse las transcripciones de los cooperantes— sino que les pidió que reaccionaran a la voz de la niña con sus propias aportaciones. Actores y actrices sustituyen, así, las reacciones y las voces de quienes realmente atendieron esa llamada.
Otro aspecto inapropiado de la película es cierta manipulación afectiva innecesaria. Durante la película vemos fotografías de la niña que nos ayudan a imaginarla, lo cual me parece correcto, como también me lo parecen los minutos finales de metraje real mostrando el coche acribillado por las 355 balas del ejército israelí, la ambulancia destrozada que nunca llegó a su destino, los pequeños cuerpos envueltos en sábanas, la madre acercándose y acariciando la cabeza cubierta de su niña, y una breve entrevista posterior, muy dolorosa, a la madre. Lo que considero excesivo es un vídeo casero en el que aparece Hind, de unos 3 o 4 años, jugando en la playa con su hermanito. Estas imágenes constituyen los últimos segundos de la película y buscan una reacción afectiva desbordante; no puedo evitar sentir rechazo ante un sentimentalismo tan descarado.
A raíz del éxito de la película el ejército de Israel comenzó una campaña de acoso contra la madre y familia de Hind. El 25 de septiembre fueron evacuados de Gaza. Me pregunto por qué los productores —Brad Pitt y Joaquim Phoenix, entre otros— no habían garantizado su seguridad previamente. Cómo se usan las fuentes testimoniales es tan importante en la representación como fuera de ella, sobre todo cuando estas fuentes son personas perseguidas por los genocidas a quienes se pretende denunciar.
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