Cuerpos de frontera
El foco ·
En este momento en el que a veces da la sensación de que estamos a punto de entrar en la Tercera Guerra Mundial, pensar en la violencia implícita y explícita que destilan las fronteras no está de másE n el libro 'La danza de las luciérnagas. Vivir, pasar y morir en la frontera del Bidasoa' (Katakrak, 2025), Ignacio Mendiola Gonzalo nos invita ... a reflexionar sobre el territorio de la frontera como un espacio de contornos difuminados, un 'mundo-frontera' lleno de encuentros y desencuentros, de exclusión y hospitalidad, de hostilidad y refugio, de miedo y empatía. Un espacio por el que transitan unos cuerpos que huyen y otros que vigilan, en el que habitan testigos a veces implicados y empáticos, a veces indiferentes y silenciosos. Es un libro que nos hace conscientes de la complejidad del fenómeno migratorio, de que esa realidad no es algo que atañe únicamente al territorio de frontera, sino que es un reflejo de nuestra sociedad, del sistema político, económico y social que nos conforma; también del «modo en que se han ido naturalizando y banalizando» las violencias constitutivas de la frontera, violencias que hemos aceptado como inevitables en aras de una supuesta seguridad.
En este momento en el que a veces da la sensación de que estamos a punto de entrar en la Tercera Guerra Mundial, pensar en la violencia implícita y explícita que destilan las fronteras no está de más. Tampoco es difícil imaginar que en un futuro cercano quienes se sienten seguros en su territorio y miran al extranjero precarizado y racializado con desconfianza, miedo e incluso odio, dejen de estarlo. Y no será porque la amenaza de la migración se haya convertido en realidad, sino porque quienes defienden políticas antimigratorias -siempre acompañadas de otras políticas de odio y violencia- habrán llevado Occidente a su propia destrucción. Ojalá me equivoque y esto solo sea un arrebato apocalíptico.
Me estremezco al darme cuenta de que mi cerebro asocia las fotos del libro de Mendiola con el horrible cartel de Vox
No voy a seguir por ese camino, imaginando un futuro de guerra y destrucción. Me voy a centrar en lo que ocurre hoy y desde hace años en el paso que separa el Estado español del francés. Las políticas y los discursos políticos de frontera no solo atañen a ese territorio; pueden llegar a ser, como se está demostrando en Estados Unidos, una de las puertas por las que se cuela el fascismo. En 'La danza de las luciérnagas', Ignacio Mendiola entrelaza análisis, testimonios y una serie de fotografías relacionadas con la frontera, con su geografía, sus instalaciones de vigilancia y control; hay fotografías de las personas que intentan pasar y de quienes les asisten en ese intento. Las imágenes me llaman la atención y me detengo a contemplarlas antes de empezar a leer; las analizo con más detenimiento a lo largo de la lectura. Una idea destaca en mi pensamiento sobre las demás: cuando contemplo las fotografías de quienes intentan pasar, me doy cuenta de que me cuesta mucho, más de lo que yo quisiera, encontrar una singularidad en esos cuerpos.
Da la casualidad de que, mientras escribo estas palabras, me topo con un cartel publicitario de VOX en Huesca que proclama lo siguiente: «¡Extreme la precaución en esta zona! Partido Popular y Partido Socialista están repartiendo ilegales aquí. Tu seguridad, nuestra prioridad». La representación del migrante en ese cartel son tres sombras encapuchadas dentro de un círculo. Me estremezco al darme cuenta de que mi cerebro está asociando las fotografías del libro de Mendiola con ese horrible cartel. Son fotografías en blanco y negro, tomadas por el fotógrafo Gari Garaialde poco después de la pandemia, por lo que todos (no hay imágenes de mujeres) llevan mascarilla; la mayoría se cubre la cabeza con la capucha de una sudadera o un gorro oscuro de lana. Son jóvenes, delgados, altos, subsaharianos; de equipaje, una mochila; zapatillas o botas deportivas, una chaqueta insuficiente para las lluvias y el frío del norte. A veces esperan un tren, otras un autobús, otras caminan por el monte, curiosamente, al menos en las fotos, siempre en grupos de tres; cabezas gachas en unas fotos, en otras solo les vemos de espaldas. Mi mirada refleja cómo interpretamos a estas personas: cuerpos de paso o en espera, partes de un colectivo -para algunos, «horda»- que apenas deja huella, como si estuvieran ahí sin realmente estar.
Por desgracia, siempre hay gente dispuesta a creerse la milonga de que el extranjero le va a robar las lentejas
No hay singularidad, no hay biografía, no hay historia de vida; solo somos capaces de ver el ahora, al sujeto migrante. No se tiene en cuenta el pasado individual y mucho menos la historia colectiva, colonial. Como señala Ignacio Mendiola, «el cuerpo-frontera que intenta atravesar el Bidasoa es el cuerpo que viene desde el fondo colonial, una otredad inferiorizada, racializada. Es un cuerpo, pero es también la encarnación de una geografía alejada, ajena, explotada, la geografía de un tiempo que no lleva el marchamo del progreso». En el peor de los casos, el desconocimiento de la historia personal y colectiva de estas personas migrantes se convierte en rechazo y miedo. Tal vez por todo esto no es tan difícil -y por eso también es tan preocupante- pasar de las fotografías de Gari Garaialde a la representación manipulada del cartel de VOX. El cuerpo masculino anónimo, joven y negro se convierte en amenaza. Su falta de singularidad, su carácter transitorio, no es ya un reflejo de la condición anónima y precaria inherente a la experiencia de migración: el discurso fascista convierte esas características en instrumento del miedo. Un miedo que se nutre del estereotipo y la ignorancia, que en vez de reconocer la responsabilidad histórica hacia el sur global, criminaliza a quien quiere salir de él buscando una vida mejor.
En mí no ha calado ni por asomo ese discurso del miedo -me repugna y lo clasifico en realidad como parte del discurso de odio- y, sin embargo, reconozco el poder que tiene la imagen de ese cartel indigno y manipulador. Por desgracia, siempre hay gente dispuesta a creerse la milonga de que el extranjero le va a robar las subvenciones y las lentejas. En realidad, considero más preocupante que haya personas quienes, aun siendo empáticas y reconociendo que la migración no es una amenaza real, se acostumbren a que sea un problema sin solución, a que no haya una respuesta política. Una activista le dice a Mendiola: «La gente cuando se acostumbra ya no mira, lo asume y no lo ve... Y la distancia ya no puede ser mayor». Por esa distancia, ese hueco entre la persona migrante y yo, entre esos cuerpos-frontera y nosotros, se pueden colar el miedo y actitudes mucho peores. Acortar esa distancia sería un primer paso hacia otro tipo de seguridad: la que se crea a través de lazos de generosidad, empatía y hospitalidad.
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