Elogio de la lectura: San Jorge y el 'Día del Libro'
Eduardo Castro
Martes, 22 de abril 2025, 00:23
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Eduardo Castro
Martes, 22 de abril 2025, 00:23
Aunque para un amante de la lectura, independientemente de su sexo o género, cualquier fecha del año pueda ser el 'Día del Libro', el origen ... de su celebración oficial el 23 de abril —tanto a nivel nacional como internacional— se remonta a 1926 y se debe a dos luctuosas y coincidentes efemérides: los fallecimientos de Miguel de Cervantes y William Shakespeare, que casualmente se produjeron, al igual que la del Inca Garcilaso de la Vega —ésta, aunque sin velo en este entierro, en la localidad cordobesa de Montilla, donde sus restos mortales reposan desde entonces— el 23 de abril de 1616.
Se da, además, la circunstancia de que se trata del mismo día marcado en el santoral con la festividad de San Jorge, conocido en Cataluña como Sant Jordi, patrón de dicha Comunidad Autónoma con aspiraciones soberanistas, donde se celebra en esa fecha su histórica 'Diada' con los tradicionales regalos de un libro y una rosa, preferentemente roja. La fiesta de la 'Diada' conmemora la trabajada y milagrosa victoria del santo caballero sobre un 'malvado dragón', cuya heroicidad no fue óbice, sin embargo, para evitar su posterior martirio y muerte, ocurrida también un 23 de abril, en este caso del año 303 de nuestra Era, al ser decapitado por orden de Diocleciano, a la sazón emperador de Roma, quien castigó con la 'pena capital' la negativa del bendito militar a cumplir su orden de perseguir y 'ajusticiar' a los conversos al cristianismo.
En 'La leyenda dorada', Jacobo de la Vorágine relata la vida del tribuno Jorge, nacido en la Capadocia turca pero residente en la ciudad libia de Silene, cerca de la cual «había un estanque donde habitaba un monstruo que con su aliento envenenado infectaba el aire y destruía todo cuanto hallaba delante». Aunque se le daban todos los días dos carneros, al quedarse ya sin animales con los que calmar la voracidad de la fiera, el consejo ciudadano acordó alimentarlo arrojándole diariamente «dos niños, varones o hembras, con tal cuidado que nadie se librara del sacrificio». Fue así como la suerte designó un día a la hija del rey y «el monarca, espantado, ofreció todo su oro, su plata y la mitad de su reino para que su hija se salvase de muerte tan cruel». Mas el pueblo se opuso a su excepcionalidad y al rey no le quedó más remedio que darle su bendición y disponerse a perderla inmerso en un mar de lágrimas, momento en el que oportunamente pasaba por allí el futuro santo, quien al ver salir del agua tan espantosa quimera «montó a caballo, hizo el signo de la cruz, avanzó ante el monstruo y, encomendándose a Jesucristo, cargó sobre él intrépidamente, blandió su lanza con tal fuerza que lo atravesó y lo derribó por tierra», hecho lo cual le dijo a la muchacha que rodeara su cinturón al cuello de la fiera y nada temiera, momento en que «el monstruo les siguió como el perro más dócil».
Pero, más allá de efemérides y celebraciones de una u otra índole, sean en referencia al libro, a las letras o a la lectura en general, la única prevención a tener en cuenta respecto a mi encomienda de hoy es que ni siquiera de un hábito tan saludable y respetable como el antedicho debemos abusar, no sea que terminemos como el bueno de Don Quijote, a quien sus tantas noches en vela dedicadas a la frenética devoción lectora de sus muchos libros de caballería terminaron costándole la factura de pasar a la posteridad convertido en «el caballero de la triste figura», bautizado así por su fiel escudero Sancho. Así, pues, la ponderación que la medicina recomienda tanto para la comida y la bebida como para el ejercicio físico y tantas otras cuestiones vitales, es también aplicable en esta especie de juego intelectual que algunos afortunados comienzan ya a cultivar desde la infancia.
En su discurso de recepción del premio Nobel de Literatura del año 2010, el peruano residente en Barcelona y nacionalizado español Mario Vargas Llosa –recientemente fallecido– dijo que aprendió a leer a sus cinco años y que eso fue «la cosa más importante que le ha pasado en la vida»: «Casi 70 años después –añadió– recuerdo con nitidez cómo era esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio. (...) La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura».
«Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído» proclamó, por su parte, el argentino Jorge Luis Borges, una de las más flagrantes ausencias en la relación de escritores premiados por la Academia sueca. Y es que la lectura precede siempre a la escritura, no en vano se aprende antes a leer que a escribir: «Quizá pudiese vivir sin escribir, pero no creo que pudiera vivir sin leer», afirma su paisano Alberto Manguel. En su magnífico ensayo 'Una historia de la lectura', cuenta este último que, debido a su afición a leer, Cervantes leía «aunque sean los papeles rotos de las calles», lo que el ensayista argentino califica como «pasión de basurero». Y entre las citas iniciales de 'El infinito en un junco' («un libro sobre la historia de los libros»), Irene Vallejo incluye, finalmente, la siguiente de Antonio Basanta, autor de 'Leer contra la nada': «Leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse. Leer, aun siendo un acto comúnmente sedentario, nos vuelve a nuestra condición de nómadas». Procuremos por ello, siempre que nos sea posible, marchar por la vida con un libro al menos entre manos y alguna otra lectura pendiente para el futuro en el pensamiento.
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