Recientemente decíamos que las palabras deben ser pronunciadas mirando el rostro del otro, pues ese rostro, según Lévinas, es el que valida mi discurso. Pero ... ese discurso tan humano se ha roto, y hoy vivimos al margen de los demás. Es más, como afirmaba Jean Paul Sartre, «el infierno son los otros», es decir, la mirada ajena se ha hecho invasiva, me descubre, me penetra y me hace ver mis contradicciones. La mirada del otro, de ser compasiva, se ha convertido en una amenaza. Muchas veces, esa mirada invasiva está cargada de odio, la más terrible de las pasiones, pues por él se han destruido pueblos y civilizaciones. El discurso del odio es toda expresión (palabra o gesto) que pretende difamar o destruir a otro por razones de raza, etnia, nacionalidad, religión, ideología, género, orientación sexual, edad o discapacidad.
Estamos tan de espaldas a los demás que vivimos como si los diferentes fueran enemigos a los que tengo que neutralizar: la gente se grita y pelea por cualquier bagatela; los discursos de las redes están cargados de descalificaciones y miserias (a raíz del embarazo de Rita Maestre, algunos hablan de «un engendro más»); un joven ejemplar de Íllora es eliminado, sin razones, solo por odio; la política se ha convertido en una lucha irreconciliable, que conduce al odio entre sus seguidores; una muchacha, en una manifestación neonazi, lanza proclamas fascistas contra los judíos, sin que los jueces vean nada punible; Donald Trump incendia de nuevo la vida política, lanzando discursos apocalípticos, basados en falsedades, a raíz del juicio por el asalto al Congreso, del que él fue el instigador, llevando al país, de nuevo, al límite de la guerra civil, corroborado por Sean Wilent, profesor de Princeton: «El país está en una situación peligrosa»; muchos ciudadanos, algunos revestidos de ornamentos sagrados, utilizan la homofobia en sus discursos; otros arremeten, con aporofobia, contra los extranjeros pobres (he visto a una señora gritar e insultar a una extranjera pobre por vivir en España y no en su país); hay partidos políticos que defienden el machismo y se niegan a hablar de violencia de género…; por no hablar de los crímenes de guerra que el tirano Putin está infligiendo a los ucranianos, poniendo en peligro, además, la estabilidad económica y política de Occidente.
El lenguaje, que debería ser un instrumento de concordia, se convierte, cada vez más, en un discurso de odio que deshumaniza a ciertos colectivos, y normaliza la violencia contra ellos, a través de medios de comunicación que se prestan. Este discurso es el cimiento de situaciones sociales muy graves como la discriminación, la violencia y el genocidio. Si este discurso lo tratamos como normal, el siguiente nivel se considera más aceptable para instituciones y ciudadanos.
En definitiva, el discurso del odio es, pues, el motor de todas las fobias absurdas y banales que nos amordazan, y nos convierten en una sociedad más amante de la guerra que de la paz; más del enfrentamiento que del diálogo; más del rechazo al otro que de la acogida; más de una sociedad enfrentada que bien avenida. Volvamos, como decía Habermas, al discurso de la modernidad, donde el hombre y sus valores, sigan siendo el fundamento de la vida y de las relaciones.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión