Dictadura contra el odio
Marcial Vázquez
Politólogo
Jueves, 22 de agosto 2024, 22:54
Aunque algunos lo olviden y otros nos intenten confundir, uno de los pilares esenciales de la democracia es la libertad de expresión. Libertad de expresión ... que significa que todos, en general, tenemos el derecho a decir lo que pensamos, pero no el deber de decir lo que tú quieres escuchar. Digo esto porque dentro del debate falseado sobre los límites de lo que podemos o no decir, ya estamos chapoteando en ese barrizal peligroso que es el delito de odio, fórmula cada vez más utilizada por los inquisidores para los cuales todo es odio siempre que sea algo que no les encaje en su enanismo mental sectario. O dicho de otro modo: con la excusa de «desterrar el odio» se pretende abrir la puerta al inicio de la censura, una vez que ya estaba implícita la autocensura por el miedo a ser perseguido por los guardianes de la pureza progresista.
Nadie niega que esto de la libertad de expresión, o la libertad en general, sea un tema discutido y discutible, como diría ese mercenario de Maduro llamado Zapatero. En mi caso, al menos, siempre he estado a favor de la libertad de discurso en su sentido más amplio, incluidos los insultos, el humor negro o los chistes sobre mariquitas y gangosos. Vivimos en un mundo donde hay tantas opciones de entretenimiento que lo más fácil es no escuchar ni leer a quien no te guste, o sea, al revés que los republicanos que se pasan todo el año esperando el discurso de Navidad del Rey para ir luego a las redes sociales a cagarse en la Corona.
El problema llega cuando ciertos discursos «del odio» y de mentiras se publicitan y se propagan desde partidos políticos, plataformas mediáticas y ¡hasta del gobierno de tu país! Aumentamos un grado más de gravedad cuando ese odio y esas mentiras se traducen en votos y en poder. ¿Quién tiene la culpa, el sinvergüenza mentiroso o aquellos que votan a ese sinvergüenza? Ya esta reflexión les gusta menos a muchos porque nadie quiere verse retratado como cómplice de manipuladores y cretinos impostores.
Esto viene a raíz del trágico asesinato de un niño de 11 años que estaba jugando al fútbol. Aquí se juntan tres de las partes más miserables de este país: los medios de comunicación carroñeros y morbosos; la izquierda trampista en silencio hasta ver si su asesino era español o inmigrante; y la derecha beata buxadista llamando a quemar mezquitas y ministros porque aseguraban que el asesino había sido un menor magrebí. Lo de los medios es algo que viene de lejos y cuyo nivel de abyección ya lo alcanzaron durante la pandemia, con un covid-terrorismo que machacó las mentes y las vidas, sobre todo, de las personas más mayores.
Pero siendo el marco mediático un factor importante, lo realmente ejemplar- en el peor sentido de la palabra- ha sido el comportamiento del trampismo gubernamental y la maquinaria en redes sociales al servicio de Vox. España tiene un problema grave con la inmigración y con la integración de los que llegan, y nadie está dispuesto a abordarlo desde la honestidad y la racionalidad porque importan más las recompensas electorales fruto de la manipulación emocional de estos temas. Luego, como en Inglaterra y otros tantos países de Europa, llegará la bofetada de la realidad cuando sea algo tarde para solucionar la fractura social.
Lo llamativo es que no ha tardado ni 24 horas el PSOE en aprovechar este ruido para proponer la identificación de todos en redes sociales y perseguir de manera implacable los discursos «de odio» que se propaguen en las mismas.
Como Raxoi está de vacaciones hasta septiembre, ha salido algún espontáneo de guardia del centrismo soplagaitas para asegurar que están a favor de esta medida. Mañana aparecerá pinyPons para aclarar el «malentendido», pero el único mal claro en el PP es que no entienden nada.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión