Otra vez las dichosas firmas
Huesos de Aceituna ·
Hay que ver cómo los más fervientes defensores de la anquilosada unidad de España desconfían tanto de la extraordinaria y creciente fortaleza del castellanojosé luis gonzález
Sábado, 14 de noviembre 2020, 00:50
'Sostenella y no enmendalla', esa parece ser la máxima del Partido Popular con respecto a los asuntos de Cataluña en particular y, en general, ... de todas las nacionalidades que conforman este país «aun llamado España», como dice un amigo. Si yo fuera Otegui –líbreme Dios-, Rufián o Puigdemont –no se rían, por favor–, estaría encantadísimo con el proceder cansino de Rajoy en su día y de Casado ahora en esta materia. Jamás un dirigente de la política nacional hizo tanto por el innegable desarrollo del independentismo como los que han regido el destino de los 'populares' durante las últimas legislaturas.
Y, sin lugar a dudas, la particular pica en Flandes de esta corrosiva dinámica la puso Mariano Rajoy allá por el año 2006 con la recogida de firmas contras el Estatut catalán. Aquella ocurrencia dio al traste con una parte de aquel texto legal, pactado entre gobiernos y votado en esa tierra, amputado a la postre por el Tribunal Constitucional en algunos extremos que, paradójicamente, mantuvieron otros Estatutos, incluido el andaluz. Y de aquellos polvos, estos lodos. Todavía me parece ver al ínclito M. Rajoy, ufano con su 'proeza' y rodeado de cajas azules sobre pallets, en la acera de la Carrera de San Jerónimo, frente al Congreso de los Diputados. Nunca pidió perdón por semejante despropósito, ni, dicho sea de paso, por ningún otro de los muchos que, como bien saben, jalonaron su trayectoria política.
Bueno, pues ahora su aplicado sucesor –evidentemente, no en lo académico, porque aquel sí fue número uno en varias promociones- ha decidido copiarle, una vez más, en lo peor. En boca de su portavoz, el avezado lanzador de huesos de aceituna, ha anunciado que su formación llevará a cabo una campaña de recogida de firmas contra la reforma educativa, más conocida como 'ley Celaá'; y, además, ha confirmado que recurrirá esta norma ante el Tribunal Constitucional. ¡Toma ya! ¿Recuerdan algunos de ustedes –los que ya superaron los 40- aquel programa que comenzaba con la imagen de un coche estrellándose contra una piedra una y otra vez? 'La segunda oportunidad' se titulaba. La voz en off decía: «El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, ¡qué bueno sería contar en ocasiones con una segunda oportunidad!». Pues ya ven que no, el coche de Pablo Casado parece que no acabará sorteando felizmente la roca y seguirá estrellándose en ella indefinidamente. Y, con él, el resto del país.
Porque no es la Ley Celaá en general -una más en el lastimoso rosario de normas educativas, que acabará fagocitada más pronto que tarde- es su regulación con respecto a las lenguas vehiculares. Es decir, a lo pactado con ERC. Fíjense qué dos palabras: 'lenguas vehiculares'. No me digan que, en general, habían ustedes reparado hasta ahora en su significado al leerlas unidas. Pues sí, estos días todos y todas hemos alboreado lingüistas, y, además, meditabundos por la penosa debilidad del castellano en la maleducada Catalunya. Cómo será la cosa que el segundo idioma más hablado del mundo, con 567 millones de hablantes, se encuentra en peligro en la propia España, en un territorio de 32.000 kms². Por mucho que, según todos los datos ofrecidos por el Ministerio de Educación y la Generalitat, el conocimiento del castellano de los niños y niñas catalanes se encuentre dentro de la media estatal.
Hay que ver cómo los más fervientes defensores de la anquilosada unidad de España desconfían tanto de la extraordinaria y creciente fortaleza del castellano. Debería darles vergüenza. Es más, deberían dejar de usarlo unos meses como penitencia por su desconfianza y desprecio. Y, miren, de paso podrían comenzar a usar alguna de nuestras lenguas cooficiales, protegidas también por la Constitución. Seguramente apreciarían sus encantos y les ayudarían a suavizar su resquemor –cuando no odio- a la riqueza multicultural de nuestro Estado autonómico. Ya imagino a Pablo Casado como a su admirado José María Aznar, hablando catalán en la intimidad.
Debería hacerlo, como el resto de la ciudadanía. Catalán, euskera, gallego… Idiomas que nos enriquecen inmensamente como país y que, como siempre he mantenido, deberían ser acercados a los chavales y las chavalas de todo el territorio a través de la educación pública. Sin duda, el mejor modo de apreciarnos en nuestra diversidad y de desterrar definitivamente ocurrencias como la que, de nuevo, plantea el Partido Popular.
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