Cuando despertó el Albaicín estaba allí
El patio de los neones ·
Los pisos turísticos, legales e ilegales, convierten cualquiera de tus calles en un trasiego de maletas y de fiestasfernando fedriani
Martes, 3 de septiembre 2019, 01:57
En los últimos días, mucha gente parece hablar de la situación que vive el Albaicín en relación con la sobreexplotación turística, pero también por el ... éxodo de los residentes. Yo mismo pasé siete años en la zona del Paseo de los Tristes y fui terriblemente feliz. Sin embargo, hace tres años, decidí mudarme al Centro. Con todo el dolor de mi corazón tuve que renunciar al proyecto de comprar una casa allí. Entre los abusivos precios que solicitaban los propietarios, las trabas que el Ayuntamiento ponía para obrar y, sobre todo y esto es la clave, la confluencia de trenes panorámicos, patinetes, riadas de japoneses y multas de tráfico, desistí. El Albaicín era para mí no más que un espejismo romántico.
Recuerdo que la Asociación del Bajo Albaicín colocaba periódicamente carteles en los que ponía de manifiesto que la zona se estaba convirtiendo en un parque de atracciones. Y, sin embargo, todo se ha seguido complicando. Los pisos turísticos, legales e ilegales, convierten cualquiera de tus calles en un trasiego de maletas y de fiestas. No se puede, es imposible, lo están matando, en el caso de que no se haya muerto ya.
Pero, y esta quiero que sea la idea central de este artículo, ¿cómo puede alguien sorprenderse? ¿De verdad me tengo que creer que nadie vio venir esto? ¿Acaso no es un proceso antiguo y hacia el que las autoridades han hecho oídos sordos? Nadie prestó atención y ahora nos llevamos las manos a la cabeza por los poquísimos vecinos jóvenes que van quedando. ¿En serio nadie imaginó que eso pasaría cuando se alteró el trazado de los autobuses o cuando se limitó el acceso de los vehículos de los residentes?
No ha pasado de un día para otro. Los problemas del barrio no han surgido como si fuesen champiñones. Los planes municipales no han servido para nada y es vergonzoso que no haya un diseño creíble capaz de arreglar las fallas estructurales. Porque si esto estuviese pasando en Málaga, por poner un ejemplo doloroso, alguien tendría en su despacho un dossier de cuatrocientos folios en el que se predijese en qué se va a convertir el barrio, año por año, durante medio siglo. Pero en Granada por el contrario todos nos encogemos de hombros, nos fingimos sorprendidos, mientras maldecimos lo malísimos que son los establecimientos turísticos ilegales.
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