Delenda est Democratia?
El concepto actual de democracia, aunque esté avalado por cientos de escaños de parlamentarios europeos y altos tribunales de justicia, brilla por su escasa credibilidad
José García Román
Viernes, 18 de octubre 2019, 22:55
Dos artículos de Ortega emergen del deseado mar de la democracia española: 'El error Berenguer', de 15 de noviembre de 1930, que concluía con «Delenda ... est Monarchia», y 'Un aldabonazo', de 9 de septiembre de 1931, que finalizaba con «¡No es esto, no es esto!».
Le di el grado adecuado de temperatura al artículo 'Democracia enferma', parte del díptico que hoy concluyo. La reflexión suavizada desde la convicción de que frenar impulsos y decir sin decir es a veces método eficaz, consciente también de que cada día tiene su afán, surgió de esta duda: ¿Democracia enferma o democracia en coma? No quise echarme en brazos del pesimismo por su mal cartel, seguramente porque es difícil llegar hasta lo más hondo del concepto. Según el filósofo Roger Scruton hay un «pesimismo crítico» contra un «optimismo sin escrúpulos con falsas esperanzas». Además, el ciudadano posee suficiente juicio para analizar cualquier opinión y rechazar mensajes-papilla. El hecho es que existen argumentos para sentirnos muy preocupados ante el panorama político y social de hoy. Ya en 1975 se publicó un informe en EE UU de América en el que se hablaba de un «exceso de democracia».
Esto nos lleva a hacernos las siguientes preguntas: ¿Qué clase de democracia tenemos? ¿Un extraño cóctel de democracia, timocracia, despotismo, plutocracia, oligarquía, dictadura, con dosis de corrupción? ¿Una democracia permisiva, condicionada a la estabilidad de los poderosos? ¿Una democracia fuerte con los débiles y débil con los fuertes? ¿El mejor sistema posible de gobierno? Lo cierto es que abundan los españoles desencantados porque no se sienten identificados con ella.
La palabra democracia ha sido manoseada y presentada con vitola de ejemplaridad contra toda dictadura. ¿Toda? Quizás por eso se le podría conceder un periodo de descanso y dejar que hablasen los hechos. El concepto actual de democracia, aunque esté avalado por cientos de escaños de parlamentarios europeos y altos tribunales de justicia, brilla por su escasa credibilidad por mucho que se escude en el argumento del «sistema menos malo». Así pues, hablar de errores de los que regulan el tráfico democrático, cuyas consecuencias sufrimos, no creo que sea una exageración ni se deba a una actitud pesimista, máxime cuando se constatan señales evidentes de todo lo contrario. Un sector de la ciudadanía percibe una democracia adulterada, a cuyo cobijo han florecido privilegios territoriales y se han consentido escandalosas tibiezas, incomprensibles provocaciones, traiciones a la Constitución, plataformas de prosperidad personal. Algunos comportamientos de los gobiernos de turno que poseen 'máquinas de generación de opinión', y por tanto de manipulación, son responsables del proceso de degradación del sistema democrático que ha diseñado sofisticadas sociedades de 'pan y circo', adictas al 'consumismo' y al 'espectáculo permanente', que desembocan en la 'deshumanización', mermada de ilusión y expectativas, y espoleada por el dios dinero que suele enviar a los contenedores a personas, como si fuesen basura o desecho.
Ahora se sueña con un sueldo en Qatar: aliento de una 'democracia' singular que posibilita saltos de progreso a quienes pueden y quieren emigrar a ese paraíso de élite y alejarse de una España impunemente ultrajada, acostumbrada a vivir en las bocas y no en los corazones. Es ilícito hablarles de optimismos, desde situaciones privilegiadas, a quienes no pueden conseguir un sueldo digno. Pensemos que, mientras se abren con facilidad puertas de oro a unos, a otros se les cierran hasta las de sus sueños. Conviene recordar que una democracia dormida está expuesta a que le corten el pelo y pierda su fuerza como el juez Sansón.
Cruje una España ávida de verdades, especialmente irritada y cansada de pusilanimidades. ¿Es un despropósito preguntar 'Delenda est Democratia?', se interrogan bastantes ciudadanos, ya que observan la dificultad de corregir sus vicios, sus controles, y curar su enfermedad; de 'rectificarla', a fin de cuentas. Si efectivamente es imposible, porque el dinero y el poder son pilares de una sutil oligarquía, sustitúyase el nombre 'democracia' por otro que resuma nuestros anhelos y aspiraciones de convivencia, revisándose las ideas de la antigua Grecia, la filosofía y las experiencias de los siglos. Acaso con muy poco podría conseguirse la confianza perdida. Y ese 'poco' tiene que ver con una creíble autocrítica, con la supresión de la partitocracia, la denostación de vasallajes, el fomento de la transparencia, la revisión de las autonomías a la carta, la aplicación de las leyes, el respeto a la Constitución y a la ciudadanía decorosa, y la separación de poderes, exhumando a Montesquieu.
La perspectiva que ofrecen los años ayudan a comprender la miseria de la condición humana. En el artículo de 1930, escribía Ortega: «¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!» ¿Diría hoy, «¡Vuestra Democracia no existe! ¡Reconstruidla!»? Tal situación nos exhorta a preguntarnos: ¿Hemos pasado de una breve democracia de dicha a una cercana a la desdicha? ¿Es acertado hablar de democracia 'quebrada'? Advirtió nuestro filósofo que «España se toma siempre tiempo, el suyo». ¿Tal vez demasiado? Si Ortega se sentía ciudadano de a pie («nosotros gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios»), ¿no deberíamos decir a nuestros conciudadanos: «¡Reconstruyamos nuestra democracia!»? Porque «entre desasosegados y descontentos» percibimos una esperanza debilitada que nos incita a exclamar con el filósofo: «No es esto, no es esto».
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