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Ad líbitum ·

La falta de espíritu crítico para enjuiciar la situación política, con independencia de las afinidades ideológicas personales, muestran a una sociedad enferma

Javier Pereda

Jueves, 7 de noviembre 2019, 23:44

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El debate entre los cinco candidatos a presidir el próximo Gobierno ha resultado revelador. Ha sido visto en televisión por 8,6 millones de personas – ... la quinta parte del electorado–, pero 'alguien' tenía interés en limitar la audiencia, por el horario intempestivo. Se podrán realizar objeciones por su formato encorsetado, la falta de los 'cara a cara' y la discrecionalidad del gobierno de turno para celebrarlos a su conveniencia. Aunque las comparaciones son odiosas, se ha puesto en duda el nivel político de los contendientes, si se compara con los enfrentamientos entre González-Aznar (1993) y Rajoy-Rubalcaba (2011). Iglesias –brillante orador– apuntó en el mismo debate la idea nada desdeñable de que se regularan por ley, para evitar estar al albur de quien ejerza el poder. Otros han llegado a tildar este debate electoral de aburrido y previsible. Algunos expertos señalan que el debate influye en un siete por ciento de los votantes. Eso nos indica la anomalía democrática del voto cautivo o bien que se trata de una herramienta mejorable. Los partidos políticos adoptan una actitud paternalista y patrimonialista para con los votantes, intentándoles engañar y manipular. Aquí está en juego la calidad democrática (formación e información) de una sociedad madura.

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