Debate
Ad líbitum ·
La falta de espíritu crítico para enjuiciar la situación política, con independencia de las afinidades ideológicas personales, muestran a una sociedad enfermaJavier Pereda
Jueves, 7 de noviembre 2019, 23:44
El debate entre los cinco candidatos a presidir el próximo Gobierno ha resultado revelador. Ha sido visto en televisión por 8,6 millones de personas – ... la quinta parte del electorado–, pero 'alguien' tenía interés en limitar la audiencia, por el horario intempestivo. Se podrán realizar objeciones por su formato encorsetado, la falta de los 'cara a cara' y la discrecionalidad del gobierno de turno para celebrarlos a su conveniencia. Aunque las comparaciones son odiosas, se ha puesto en duda el nivel político de los contendientes, si se compara con los enfrentamientos entre González-Aznar (1993) y Rajoy-Rubalcaba (2011). Iglesias –brillante orador– apuntó en el mismo debate la idea nada desdeñable de que se regularan por ley, para evitar estar al albur de quien ejerza el poder. Otros han llegado a tildar este debate electoral de aburrido y previsible. Algunos expertos señalan que el debate influye en un siete por ciento de los votantes. Eso nos indica la anomalía democrática del voto cautivo o bien que se trata de una herramienta mejorable. Los partidos políticos adoptan una actitud paternalista y patrimonialista para con los votantes, intentándoles engañar y manipular. Aquí está en juego la calidad democrática (formación e información) de una sociedad madura.
Si este mismo debate se hubiera celebrado en EE.UU., Canadá, Alemania o Nueva Zelanda, probablemente el vencedor de las elecciones –como auguran todas las encuestas– no sería el doctor Sánchez. Para empezar, en Alemania hubiera tenido que presentar la dimisión 'ipso facto' por plagiar su tesis y porque 'Manual de Resistencia' lo ha escrito la 'negra' Irene Lozano. Si además la ciudadanía de esos países hubiese presenciado cómo daba la callada por respuesta –el que calla otorga– o respondía con evasivas a las preguntas de Casado sobre si Cataluña es una nación, cuántas naciones hay en España, qué tal la EPA (se adelanta el debate para que no coincidan con los catastróficos resultados del paro registrado, con cifras de 2008), o si va a pactar con Junqueras, Torra y Otegui después de las elecciones. Tampoco tuvo la decencia de contestar a Rivera si dimitiría, de ser condenatoria la sentencia de la Audiencia Provincial de Sevilla (de forma extraña se ha atrasado su notificación para que no coincida con las elecciones) a los expresidentes y altos cargos socialistas Chaves, Griñán y Zarrías, por el fraude de 740 millones de euros. Se escabulló cuando Abascal le inquirió sobre la partida de gasto en sanidad de los inmigrantes ilegales o si iba a ilegalizar a los partidos separatistas y al comunista (el de Unidas Podemos, después de anunciar que implantaría el delito de exaltación del franquismo). Ignoró los constantes requerimientos de Iglesias para formar gobierno.
Al candidato socialista se le da mejor el frontón que el baloncesto, porque no hacía más que mirar obsesivamente sus enigmáticas anotaciones, sin contestar a nadie. Esa actitud tendría que ser suficiente para invalidar de plano a un candidato a presidir un gobierno de un país democrático. Tal es la manipulación que rodea a este Gobierno en funciones, que la televisión pública justifica esta actitud de «presidencialista», dándole, sin rubor alguno, ganador del debate.
La falta de espíritu crítico para enjuiciar la situación política, con independencia de las afinidades ideológicas personales, muestran a una sociedad enferma. Entre lo que se dijo y se calló en el debate, no hubo desperdicio. Allí nos enteramos de que Sánchez tenía conocimiento privilegiado, desde la primavera, de la fecha de publicación de las dos sentencias del Tribunal Supremo: la de la exhumación y la del 'procés'; por eso adaptó el calendario electoral a su conveniencia política. Ahora, el cansancio le lleva a sincerarse, y con motivo de la extradición de Puigdemont, pone en entredicho la independencia del Ministerio Fiscal, porque el Estado –como diría Luis XIV, el Rey Sol– «soy yo». Tuvo la desfachatez de invocar la verdad, cuando la atropella al no contestar a las preguntas: ¡Merecemos un Gobierno que no nos mienta! Este ejercicio de manipulación debería tener consecuencias decisivas en una democracia, pero lo acepta a beneficio de inventario. Cada medio de comunicación –según su sesgo ideológico– señala a su ganador. Así contribuiremos a formar gobiernos sectarios, en vez de afrontar el desbloqueo político y interés general: la crisis económica y el independentismo.
Existe un consenso generalizado de que el ganador del debate fue Santiago Abascal, a juzgar por las encuestas, y no sólo las andorranas. Por eso Vox es el enemigo a batir por las terminales mediáticas de la izquierda, al afrontar sin complejos el marxismo cultural (aspecto que soslayan todos los demás partidos), ahora que se celebra el 30 aniversario de la caída (aunque permanece ideológicamente) del Muro de Berlín. La formación emergente (el último 'tracking' es de 50 diputados) también es el objeto de recelos de los partidos de derechas. Cs, ahora que se hunde a su costa, llegó a elevarlo a la categoría de obscenidad.
Pero el bombardeo mediático del PP con su voto estratégico o útil, no se queda a la zaga. Llegando a urdir la paranoica 'fake new' de la alianza PSOE-Vox contra Casado. Al menos Álvarez de Toledo ha reconocido el 'mea culpa' en Cataluña. Veremos cómo se gestiona la seguridad electoral en esa región. Los ciudadanos tienen sobrados motivos para mostrar su hartazgo y desconfianza hacia los políticos. Como dijera Clint Eastwood antes de unas elecciones norteamericanas: «El país es nuestro, los políticos son nuestros empleados. Alguien que no hace su trabajo hay que echarlo».
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