Un tomate de lujo

Hoy, sin embargo, vive un momento delicado. España, productor histórico, pierde cuota de mercado año tras año frente a competidores extracomunitarios, especialmente Marruecos, cuya entrada masiva pone contra las cuerdas a nuestros agricultores. No es una simple cuestión de competencia: es una lucha desigual en costes, condiciones laborales, exigencias medioambientales y estándares de calidad. Una lucha en la que, si no se reacciona, el perdedor será el campo español.

Los datos lo evidencian. Las exportaciones españolas de tomate han caído más de un 30% en la última década, mientras que Marruecos ha triplicado sus ventas en Europa. El diferencial de costes es abismal: producir un kilo de tomate en Almería cuesta mucho más que en el norte de África. Eso sin contar con las exigencias medioambientales, sanitarias y sociales que soporta el agricultor español, mucho más estrictas que las de sus competidores directos. Estamos ante un modelo de mercado que penaliza al que cumple y premia al que externaliza responsabilidades.

A pesar de todo el tomate sigue resistiendo. Sigue siendo el vegetal más consumido del mundo —solo la patata le discute el trono—, el rey indiscutible de la sección de frescos y el alma de cualquier ensalada. En Europa lidera la demanda de hortalizas frescas en el mercado comunitario, con un consumo per cápita que se mantiene estable pese a la inflación alimentaria.

No es casualidad que Fuit Attraction haya decidido que el tomate sea el producto estrella de su próxima edición. Ya lo fueron la lechuga y la fresa recientemente, otros dos iconos del mundo vegetal. Este año, le toca al tomate reivindicar lo que representa: innovación, sostenibilidad, empleo y arraigo territorial.

Su futuro no depende solo del precio, sino del valor añadido que se construye en torno a él: variedades adaptadas al gusto del consumidor, tecnologías de precisión, eficiencia hídrica y trazabilidad total. Tenemos las herramientas pero necesitamos unidad estratégica y políticas públicas que protejan al productor comunitario.

Curiosamente, mientras el mercado lo castiga, el mundo de la moda lo eleva a símbolo. Loewe ha hecho del tomate el protagonista de su campaña primavera-verano. Diseño exquisito y un aire de sofisticación que convierte al humilde fruto en objeto de culto ¿Ironía o justicia poética? Tal vez un recordatorio de que lo auténtico nunca pasa de moda.

Lo que sí debería pasar de moda es esa Europa que mira hacia otro lado sin solucionar las demandas de sus agricultores. El tomate necesita más, no sólo ferias de muestras y pasarelas. Precisa de políticas públicas coherentes, consumidores informados y cadenas de valor que no olviden al origen del producto. En el presente hay incertidumbre, sí. Pero también hay futuro, si se actúa con inteligencia. Almería, sin duda, tiene el conocimiento, la tecnología y la voluntad para seguir siendo tierra de tomates con pedigree.