Marcas que se cultivan
«Almería ha sabido construir y exportar marcas que hablan de innovación, de sabor, de talento y de orgullo»
David Baños
Periodista
Domingo, 9 de noviembre 2025, 21:44
Una marca no es un logotipo ni un eslogan. Es confianza, relato, pertenencia. Es la huella que queda en la memoria colectiva y que distingue ... lo que somos de lo que simplemente producimos. Pero las marcas no se improvisan: se invierte en ellas, se cuidan, se promocionan, se defienden. Una marca que se descuida se marchita; una que se alimenta florece y se expande.
Almería es un ejemplo vivo de cómo las marcas pueden convertirse en embajadoras de identidad. Cosentino lo entendió desde hace décadas: Silestone, Dekton y ahora Eclos no son solo materiales, son universos de innovación que han situado a Macael en el mapa global. La sandía Fashion, nacida en nuestros invernaderos, es icono de frescura y calidad. El tomate raf, aunque no sea marca registrada, se ha convertido en mito gastronómico, casi un apellido de la tierra. La gamba roja de Almería, con su prestigio intacto, es embajadora silenciosa de nuestro mar.
No faltan ejemplos en el ámbito financiero: Cajamar, pionera en banca cooperativa; Sabores Almería, que agrupa la diversidad de nuestra despensa; Costa de Almería, que proyecta nuestra geografía como destino turístico; Lausett y otros diseñadores que visten con creatividad el nombre de la provincia. Incluso David Bisbal ha levantado una marca personal que lleva el acento almeriense a escenarios internacionales. Y, por encima de todos, el Indalo: símbolo ancestral que no es marca, pero sí identidad, recordándonos que hay signos que nos unen más allá del mercado.
Pero no debemos olvidar otras marcas, que sin serlo como tal, proyectan Almería en el imaginario colectivo. Cabo de Gata se ha convertido en sello de autenticidad, naturaleza y belleza. El sol es casi un logotipo incandescente de nuestra provincia. También está el cine, que encontró en el desierto de Tabernas un escenario universal, y el mármol blanco de Macael, que desde tiempos pasados ha sido material de prestigio y símbolo de excelencia. Todos ellos son activos intangibles que, aunque no estén registrados en oficinas de patentes, funcionan como marcas poderosas que nos identifican y nos diferencian.
Y hay un capítulo imprescindible, el de los invernaderos solares, únicos en Europa. Ese mar de plástico que tantas veces se ha visto con mirada crítica es, en realidad, un laboratorio de sostenibilidad y eficiencia energética. Allí se produce buena parte de la huerta que alimenta a Europa, y allí se libra la batalla por construir una marca sectorial que represente a todo el conjunto. No es tarea fácil: requiere coordinación, inversión, promoción y un relato común que supere la fragmentación. Pero el esfuerzo está en marcha, y cada sello de calidad, cada denominación, cada campaña internacional es un paso hacia esa identidad compartida que el sector necesita para ser reconocido no solo por lo que produce, sino por cómo lo cuenta.
Las marcas son relatos que se sostienen en el tiempo, que nos permiten reconocernos y ser reconocidos. Son patrimonio intangible, pero con efectos muy tangibles en la economía, la cultura y la autoestima colectiva. Almería ha sabido construir y exportar marcas que hablan de innovación, de sabor, de talento y de orgullo.
Porque al final, lo que distingue a un territorio no es solo lo que produce, sino cómo lo nombra y cómo lo cuenta. Almería debe seguir escribiendo su historia con letras que no se borren y permanezcan en el imaginario colectivo y a lo largo de los años.
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