El fuego que nos quema por dentro
«Mientras las llamas devoran bosques, cultivos y hogares, seguimos preguntándonos si estamos haciendo lo suficiente»
David Baños
Periodista
Domingo, 17 de agosto 2025, 23:06
Este verano, España arde. Literalmente. Lo he podido ver y sentir de cerca mientras viajaba por la España interior. Las cortinas de humo más o ... menos cerca, unidas al incesante ir y venir de camiones cisterna, hidroaviones o helicopteros ayuda a comprender las dimensiones de la tragedia. Decenas de miles de hectáreas calcinadas, en los distintos incendios declarados, muchos de ellos todavía activos. Estamos viendo pueblos enteros evacuados y vidas truncadas. Mientras las llamas devoran bosques, cultivos y hogares, seguimos preguntándonos si estamos haciendo lo suficiente. Porque no se trata solo de salvar árboles —que también—, sino de proteger la vida de las personas, su patrimonio y sus recuerdos.
En Almería, hemos tenido 'suerte' hasta ahora. Aunque ha habido 43 incendios a lo largo de 2025, en su mayoría conatos. Destacan los de Huércal, Benahadux, y Gádor, con 1.100 hectáreas calcinadas, el de Senés o el de Berja. Pero esa 'fortuna' no puede hacernos bajar la guardia. La provincia ha vivido semanas de relativa tranquilidad, sí, pero el riesgo sigue ahí, latente. Cuando el fuego llega, lo hace sin avisar, sin distinguir entre monte, cortijo o carretera. No es de recibo que la mayoría los origine el ser humano.
Los incendios de hoy no son los de hace veinte años. Han cambiado. Son más rápidos, más intensos, más impredecibles. Lo llaman 'fuego de sexta generación', y no es ciencia ficción. Es la realidad que enfrentan cada día los profesionales forestales, muchos de ellos en condiciones laborales precarias, con contratos temporales y medios insuficientes. ¿Cómo vamos a combatir un fenómeno que se ha transformado si no transformamos también nuestra forma de enfrentarlo?
Y aquí entra el mundo rural. Porque si los pueblos se vacían, si se abandona la agricultura, la ganadería, la gestión forestal, el monte se convierte en una bomba de relojería. Necesitamos políticas que incentiven el arraigo, que reconozcan el valor de los sectores primarios no como reliquias del pasado, sino como pilares de nuestra seguridad y sostenibilidad. El campo no solo produce alimentos: también cuida el territorio, previene incendios, mantiene viva la cultura.
Almería lo sabe bien. Nuestra provincia, con su diversidad de paisajes y climas, es un ejemplo de cómo la convivencia entre naturaleza y actividad humana puede funcionar. Pero para que funcione, hay que invertir, escuchar a los que viven en el terreno, reforzar los servicios de prevención, dignificar el trabajo de quienes se juegan la vida cada verano.
Porque el fuego no espera. Y cada hectárea que se quema es una llamada de atención. No podemos seguir confiando en la suerte. Hay que actuar. Por los bosques, sí. Pero sobre todo, por las personas. Por sus casas, sus animales, sus recuerdos. Por todo lo que el fuego no debería llevarse jamás.
Este verano, España arde. Y Almería, por ahora, se «salva». Pero no basta con mirar las llamas desde lejos. Hay que apagar también el fuego que nos quema por dentro: el de la indiferencia, la desidia, el olvido. Porque si no hacemos más, el próximo incendio puede no perdonarnos.
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