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Cristóbal

juan de dios villanueva roa

Martes, 11 de agosto 2020, 22:38

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El pueblo ya no tiene oro, la anterior crisis sacó de sus bolsillos, cuellos, dedos y muñecas los restos que tal vez un día heredó ... de los antepasados. El oro está en pocas manos y su valor seguro ha servido para poder poner la mesa en muchos hogares. Cristóbal lo sabe, y desde su establecimiento de la calle Ganivet, cumple con la función social que en tiempos de crisis le es otorgada a quienes se dedican a este antiquísimo oficio. Joyas en forma de cuadros, cerámicas, pulseras, pendientes, relojes y todo aquello que un día sirvió para guardar un dinero, para testificar tiempos pasados en seres que ya no están, para lucir o para almacenar, van pasando por las manos y el ojo clínico de quien bien sabe calcular valores en cada tiempo. Y el personal acude, cada vez de más alta alcurnia, a transformar esas joyas personales o familiares en dineros que les faciliten, si no salen, una posición presente un tanto ajustada, o sencillamente desesperada. Pero ese metal amarillo no se guarda en aquellos que menos tienen, quienes siempre tuvieron poco, pero ahora ya solo lo ven conservado en el recuerdo. Y es que en los malos tiempos los primeros que caen son los de siempre, los que el agua la sufren más cerca de la boca, y son quienes antes se ahogan. Otrora, medallas, pulseras y aquellos pendientes de la abuela o de la bisa sirvieron de aire para respirar un poco más. Ahora eso ya no existe, en sus manos.

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