Contrastes
Huesos de Aceituna ·
Luego están aquellos que nos quieren hacer comulgar con ruedas de molinojosé luis gonzález
Sábado, 7 de marzo 2020, 01:23
He disfrutado últimamente –o sufrido, según se mire–, más seguido de lo que suelo con este tema, de dos películas centradas en la posguerra española. ... Muy diferentes en su concepción pero con un punto en común: las extremas penalidades de los perdedores. Se trata de 'La trinchera infinita', dirigida por Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga, cuyos papeles protagonistas son interpretados fantásticamente por Antonio de la Torre y Belén Cuesta; y 'Sordo', dirigida por Alfonso Cortés-Cavanillas y protagonizada por el maravilloso inclasificable Asier Etxeandía. Dos historias de supervivencia casi animal, de destrozos familiares, de huida hacia lo desconocido, de abandono, de dolor –físico y psicológico- y de rabia; y, por qué no decirlo, denotando también algo parecido al Síndrome de Estocolmo entre buena parte de la población más vulnerable y desinformada –la mayoría en aquella época-.
Entre 1939 y comienzos de los años 60's se exilió y se represalió a tantísima gente que jamás sabremos, siquiera por aproximación, cuántos españoles y cuántas españolas pasaron por esa tesitura. Entre otras cosas, porque son muchos y muchas quienes nunca fueron verdaderamente conscientes de encontrarse en alguno de esos grupos. Yo mismo he oído a una mujer, a la que se le rapó la cabeza en el cuartelillo, negar la evidencia: «a mí no me trató mal la Guardia Civil». Supongo que pasan los años y uno, inconscientemente y con un innegable instinto de autoprotección, tiende a suavizar lo malo que le ocurre en la vida. No olvidemos que los perdedores de 1939, los que sobrevivieron y aquí se quedaron, sintieron en sus carnes el paso de 40 años por sus vidas hasta que regresó la democracia. Algunos, incluso, en ese largo periodo de tiempo, acabaron dando crédito a las palabras del dictador en sus discursos de fin de año. Pongo tal ejemplo porque esta es, sin lugar a dudas, una de las escenas más inquietantes de 'La trinchera infinita'. Llevada a nuestro tiempo, no nos puede resultar extraño hoy que haya descendientes de republicanos y republicanas votantes de la extrema derecha. Son los misteriosos contrastes del ser humano.
Claro, luego están aquellos que nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino. O darnos gato por liebre –con perdón para algunos amigos a lo que no gusta esta expresión–. Cómo si no se puede calificar el proceder vital y político de Carles Puigdemont, Clara Ponsatí y Toni Comín, independentistas catalanes residentes en el extranjero y prófugos de la justicia. Esos niños y esas niñas de la burguesía catalana hechos hombres y mujeres tras estudiar en buenos colegios y gozar de una vida plena -en algún caso, regalada-. Pues bien, ahora pretenden compararse con los protagonistas de esas películas que he referido como «exiliados» y víctimas de un «Estado represor». Despreciando en sus manifestaciones a Antonio Machado o al mismo Miguel Hernández, de los que sí conocemos cual fue su destino y cuyos versos también ha pisoteado, paradójicamente, el 'excelentísimo' alcalde madrileño José Luis Martínez-Almeida. Y es que, cuanto más aparentes son los extremos, más imbéciles parecemos quienes nos regocijamos subrayando sus ficticias diferencias.
Se trata de ricos a los que las clases más populares les repelen. Incluso muchos de ellos continúan disfrutando en Suiza de un estilo de vida y unos privilegios poco compatibles con la situación que sufren sus compañeros de 'fatigas' en España, los republicanos de ERC encarcelados. Pero, al fin y al cabo, todos alzan banderas y quieren colocar fronteras entre ellos y los más pobres donde nos las hay, o hacer más infranqueables las que ya existen. Ahora parece que, dentro de Cataluña –que no en Waterloo–, intenta silenciarse o negarse a esa porción de independentistas que, de vez en cuando, se les escapaba eso de 'España nos roba' o, como se oyó el otro día Ponsatí, hablan del 'trágico historial español de intolerancia', haciendo referencia a los Reyes Católicos o a Chindasvinto, ¡yo qué sé! A esta gente llena de odio solo les falta fotografiarse a caballo y ponerse a pegar tiros con un fusil en cualquier cuartel catalán. Entonces entenderíamos cual es el verdadero color de su alma.
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