La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido recientemente que la pérdida de ecosistemas naturales y el cambio climático pueden estar detrás del surgimiento ... y/o expansión de pandemias como la de COVID-19 provocada por el virus SARS-Cov2. ¿Por qué la pérdida de ecosistemas naturales y el cambio climático son un problema para la aparición de zoonosis y la transmisión rápida y global de patógenos, y qué informa la ecología al respecto?
La pérdida de ecosistemas y la transformación de los hábitats naturales en sistemas agrícolas, ganaderos, urbanos, etc, conllevan pérdida de biodiversidad y un desequilibrio entre sus especies componentes por el que ciertos animales incrementan desproporcionadamente su abundancia al disminuir sus enemigos naturales o por ser particularmente favorecidos por los nuevos hábitats. Los patógenos, que pueden saltar entre animales y de éstos al hombre, generando así zoonosis (en muchos casos víricas) para las que no tenemos inmunidad, están más controlados en los ecosistemas naturales, con su alta diversidad y su funcionamiento equilibrado, precisamente porque las poblaciones de sus reservorios animales están reguladas naturalmente y porque hay más animales alternativos que o bien alojan al virus, con lo que se reduce la carga vírica en cada uno de ellos, o incluso inactivan el patógeno actuando como cortafuegos para su transmisión.
Sin embargo, cuando se descontrolan las poblaciones de algunos animales, o eliminamos biodiversidad, puede dispararse la carga vírica en los reservorios animales al incrementar su abundancia, elevándose también la capacidad de transmisión de esos patógenos. El problema se agrava si la pérdida de hábitat sucede donde las densidades de las poblaciones humanas son particularmente altas y las personas viven hacinadas en grandes urbes, ya que se favorece el contacto con animales que transportan el virus, como parece haber sucedido en los lugares de origen de zoonosis que posteriormente se convirtieron en epidemias.
Efectivamente, la pérdida de hábitats por deforestación y otros modos, y el crecimiento de grandes urbes en regiones donde hoy día se produce gran pérdida de hábitat natural (típicamente tropicales o subtropicales), acerca a muchos animales que alojan y/o son reservorios de patógenos a la grandes poblaciones humanas, que son caldo de cultivo para que esos virus salten a las personas y se contagie de unas a otras rápidamente. Esto puede ocurrir vía mercados de venta de animales y su consumo, pero también por incursiones cada vez más frecuentes de esos animales en las poblaciones humanas o su caza. Muchos de estos virus se alojan en el digestivo de animales, y si los consumimos o si estamos en contacto con residuos de sus heces, y en ambientes húmedos, es más fácil dicho salto. Así parece haber pasado con zoonosis recientes de virus como la gripe aviar, gripe A, o los más mortíferos SARS Cov-1 y MERS, antes de la pandemia provocada por SARS-Cov2. Parece también haber sido el caso de virus más letales como el Ébola o el VIH que dio lugar al SIDA.
Cambio climático
Asociado a ello, el cambio climático está expandiendo a determinados animales que actúan como vectores de esas zoonosis, como pueden ser por ejemplo ciertos mosquitos transmisores de enfermedades víricas, bacterianas o provocadas por patógenos protozoos. Esto nos puede sonar remoto, pero ya se ha reportado en España y, en particular en la costa Mediterránea, la llegada de virus como el zika, virus del Nilo, Chickungunya o el Dengue. Todo unido a la movilidad global, parte de ella descontrolada por inmigración no regulada, y la inmensa población humana actual de más de 7.500 millones de personas, permite a los patógenos transmitirse y viajar en unos días distancias que antes no podrían haber viajado o lo habrían hecho infinitamente más lentamente.
Por eso es cada vez más frecuente el surgimiento de zoonosis y más grave el riesgo de que se conviertan en pandemias. Realmente tenemos un cóctel explosivo, con pérdida de hábitats, sobrepoblación humana, movilidad global en unos días, inmigración descontrolada y cambio climático que favorece la expansión de los patógenos para convertirse en pandemias.
¿Qué podemos hacer, desde una aproximación de la ecología, al control de estas pandemias? Claramente alertar y concienciar de este coctel explosivo y tratar de atenuar o mitigar sus motores actuando pro-activamente. Se trata, en definitiva, de cambiar la forma en que nos relacionamos con la naturaleza y con los ecosistemas naturales y su biodiversidad. Necesitamos parar la pérdida de hábitats y biodiversidad, no solo en los trópicos, sino en cualquier lugar del planeta. Debemos cambiar nuestra forma de producción y reparto de alimentos y la propia alimentación, hacia productos más locales y menos consumo animal y más vegetal, más saludable, pero también de menos impacto sobre los ecosistemas.
En las tierras dedicadas a la agricultura y ganadería intensiva, debemos fomentar las estrategias de compartición de la tierra entre producción y naturaleza, extensificando los cultivos y transformando los paisajes para recuperar la representación en ellos de los hábitats naturales. Ello, además de hacer más sostenible la producción agrícola, ayudará a mitigar el efecto invernadero que está detrás del cambio climático, mediante la retirada C de la atmósfera y su secuestro en esos hábitats naturales. Eso requiere actuar en esos paisajes, lo cual tiene costes, pero ellos responderán rápidamente integrado a la biodiversidad en los paisajes agrícolas, favoreciendo las funciones ecológicas y los servicios ecosistémicos con que nos proveen, entre los que también está el control de patógenos.
Finalmente, probablemente necesitamos tener una estrategia sólida y solidaria de control de natalidad a nivel mundial, pues el problema que subyace a todo es la sobrepoblación mundial humana y como generar recursos alimentarios y de todo tipo para esa enorme población. Por eso deforestamos y destruimos los ecosistemas naturales, y aunque la dedicación de la tierra para la producción para humanos se puede hacer mucho mejor, el crecimiento de nuestra población es en sí mismo insostenible y, lógicamente, finalmente se desencadenan mecanismos de regulación natural de la población humana, las pandemias entre otros. Una pandemia es una forma de regulación natural de la población, y donde más población hay, tanto a nivel nacional, como a nivel mundial, es donde las pandemias se cobrarán más víctimas.
Quizás pensábamos que el ser humano, con su ciencia y su tecnología, había escapado del control de la selección natural. La rapidez de transmisión de una pandemia como la de COVID-19, y la distinta susceptibilidad de las personas a la misma, nos devuelve a la realidad. La regulación de las poblaciones y la selección natural están ahí trabajando, y lo harán tanto más cuanto mayor y más desordenado sea el crecimiento poblacional humano y nuestra movilidad, y cuanto mayor sea nuestro impacto sobre los ecosistemas naturales y el clima y más insolidario el reparto de la riqueza.
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