Sean Connery, el gran Raisuli
De Buenas Letras ·
JOSÉ IGNACIO FERNÁNDEZ DOUGNAC
Jueves, 5 de noviembre 2020, 00:58
Desde el momento en que Sean Connery colgó, en 1971, el 'smoking' del agente 007 (me imagino que en la percha del despacho de Monneypenny), ... se desprendió de un sofisticado icono cinematográfico que ya le cansaba. Sin embargo, mientras proseguía con la célebre serie, Connery iba consolidando, 'sotto voce', su carrera de actor dramático. Y no empezó mal. Por un lado, Hichcock ya le había dado protagonismo en 'Marnie, la ladrona' (1964) y, por otro, Sidney Lumet desde 1965 lo incluía en cuatro cintas estimables. En una de ellas, formando parte del típico elenco de grandes estrellas ('Asesinato en el Orient Express'). Con los años, en 'Nunca digas nunca jamás' (1983), volvió a tomar el papel de Bond, James Bond, para brindarnos un guiño socarrón y agradecido.
Sean Connery ha sabido estar siempre impecable allá donde aparecía, desde las películas más solventes hasta las más comerciales. Tan solo resalto dos títulos que me parecen inolvidables. Uno es 'Robin y Marian', donde Richard Lester muestra a un Robin Hood, viejo y achacoso, que encuentra a la mujer que siempre amó. Un agonizante Connery tuvo la enorme suerte de recibir una de las declaraciones de amor más hermosas de la historia del cine, la que le dirige Audrey Hepburn, bellísima y serena: «Te amo más que al amor, o la alegría o la vida entera. Te amo más que a Dios».
Por la otra película siento una especial predilección: 'El viento y el león', escrita y dirigida por John Milius, ese 'vikingo' perdido en Hollywood, al cual tanto debe Spielberg en 'Tiburón' como Coppola en 'Apocalipsis Now'. Basándose en unos hechos reales acaecidos en 1911, Milius prefiere imaginar libremente una ficción, una leyenda, antes que narrar la Historia. Y lo hace con el mismo desparpajo del antiguo cine de aventuras, es decir, concibiendo la aventura como parte de la vida y la vida como una aventura. Connery, interpretando al jerife bereber Muley Admeh Mohammed, al-Raisuli el Magnífico (para unos, el enviado del Profeta; para otros, un bandido), no solo llena la pantalla sino que logra que los espectadores lo veamos con los mismos ojos, sorprendidos y fascinados, del pequeño protagonista. Connery nos deja un héroe fabuloso y ambiguo, como extraído de las páginas de un libro de Stevenson, un perdedor capaz de urdir con Candice Bergen una delicada historia de amor, solo a través de miradas y silencios. La secuencia final se cierra con una carcajada precedida por una frase lapidaria: «¿No hay en tu vida una sola cosa por la que valga la pena perderlo todo?».
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