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Tribuna ·
A muchos que les sobresalta el imprevisto fin de su vida, no se les ocurre preguntarse de qué están llenando sus maletas mientras el viaje de su vida duraAndrés botella Giménez
Lunes, 20 de abril 2020, 00:03
Sorprendente. Dos pasajeros de un vuelo nacional, ocupando asientos contiguos. En un momento del viaje, altibajos, bandazos y la indicación de colocarse los cinturones de ... seguridad. Uno de esos dos pasajeros palidece. Exterioriza una evidente inquietud que, instantes después, revela a su compañero, el cual permanecía sonriente, con una desconcertante serenidad: «¿Cómo es posible?, ¿a Ud. no le importa la situación por la que atravesamos?» La respuesta de su compañero no se hizo esperar: «¿Qué le sucede, amigo? ¿No tiene preparado su 'equipaje'? En realidad siempre llegamos a nuestro destino: bien sea al previsto o al inesperado. Y conviene estar 'equipados' para uno u otro caso». Ambos rieron, iniciando una animada conversación.
A muchos que les sobresalta el imprevisto fin de su vida, no se les ocurre preguntarse de qué están llenando sus maletas mientras el viaje de su vida dura. En el fondo, eso depende de los proyectos más íntimos de cada cual, según dónde ponga sus verdaderos amores; pues si éstos cambian (para bien o para mal), lo hacen inmediatamente –también– la orientación y el contenido del 'equipaje' de nuestra existencia. Si nos dejamos consumir por la egolatría del amor propio, 'viajaremos' cargados con el peso insoportable del mal propio y ajeno, sembrando indiferencia, odio y dolor, allá por donde transitemos. Pero si optamos por el Amor Inmenso de Dios, encontraremos en Él no sólo la propia felicidad y serenidad, sino –también- aquellos verdaderos amores, capaces de traspasar hasta las mismísimas fronteras de la muerte.
Entonces nunca nos encontraremos solos, porque Jesús va a nuestro lado y en nosotros. Únicamente el enfriamiento del amor (tibieza) o el afianzamiento del amor imperfecto (interesado) pueden distanciarnos progresivamente de Quien siempre nos ama y nos espera. Porque en palabras de San Josemaría Escrivá, «todos los hombres son amados de Dios, de todos ellos espera amor. De todos, cualesquiera que sean sus condiciones personales, su posición social, su profesión u oficio» ('Es Cristo que pasa'). ¿Y cómo ignorarle o no corresponder? ¿Olvidaremos la Presencia de Dios, nuestro Padre? Para que la continuidad de esta semana de celebración de la Pasión de Cristo siga siendo -en nosotros- auténticamente 'santa', ¿no podríamos comenzar por ahí?
No me refiero a metas imposibles. Siempre me ha llamado la atención un pasaje del Segundo Libro de los Macabeos, al narrar que «los de Nicanor (adversarios de los israelitas) avanzaban al son de las cornetas y de los cantos guerreros; en tanto que los de Judas llegaron a chocar con los enemigos en medio de súplicas y oraciones. Y mientras luchaban con las manos, oraban en su corazón a Dios». Sabían que no se encontraban solos, sino ante Dios, Señor de los Ejércitos. Oraban a Él, con rectitud de intención, porque Él se encontraba presente en sus deseos e intenciones. ¿Por qué no probamos a acordarnos más de Jesús y María en la sencillez de nuestro diario acontecer? Al menos, ofreciéndolo y recurriendo a Quien siempre nos acompaña y tanto nos quiere. Pienso que, en tal caso, procuraremos hacerlo todo lo mejor que podamos y llevaremos bien preparado nuestro 'equipaje', confiando en la Providencia Divina, sin miedo a la vida, como tampoco a la muerte.
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