Ahora, a por Colón
Puerta Real ·
El odio visceral y necio que tanto arraigo ha tenido en la historia ahora vuelve a florecer entre las nuevas tribus urbanasEsteban de las Heras
Domingo, 14 de junio 2020, 00:48
Si yo fuera Colón –el Colón nuestro de cada día, ese de Mariano Benlliure, de bronce, que lleva una pila de años cargando todo el ... peso de su cuerpo en la pierna derecha mientras despacha con la Reina Católica en la plaza de su nombre–, esta misma noche me despediría de doña Isabel con una reverencia o frotando el codo, para guardar las actuales normas sanitarias, y saldría 'a carajo sacao' antes de que a los iconoclastas les dé por tirarme del pedestal o cortarme la cabeza. Porque ha sonado la hora de la 'colonofobia', una variante del virus mental iconoclasta que aparece de tanto en tanto y tritura estatuas, cuadros, efigies, escudos, placas conmemorativas, rótulos de calles y santos de particular devoción.
Nos teníamos por gente civilizada, pero nada más comenzar el siglo XXI, en marzo de 2001, ante nuestra incredulidad, los talibanes afganos dinamitaron los Budas de Bamiyán, en la ruta de la seda, que eran patrimonio de la humanidad. Más tarde, pudimos constatar que la 'primavera árabe' también traía en sus alforjas pólvora suficiente para derribar, junto a las estatuas de dictadores, monumentos y museos de la cultura helénica y romana, que habían resistido el paso del tiempo, pero que se rindieron al paso de la zafia progresía. Ahora, a rebufo de las protestas por la infame muerte de George Floyd –causada por un policía de Minneapolis que le aplastó el cuello con la rodilla–, ha reaparecido la 'colonofobia' que ya tuvo un primer brote hace dos años en la ciudad de Los Ángeles con la retirada de la estatua del descubridor, al que hacían responsable de «las atrocidades que desembocaron en uno de los grandes genocidios de la historia». Si aquello llevaba el marchamo de la ignorancia, lo de ahora tiene tintes de ese odio visceral y necio que tanto arraigo ha tenido a lo largo de la historia y que ahora florece entre las nuevas tribus urbanas: ese encono 'retestinao' de los amamantados con leche de higuera salvaje.
Estos días, en el 'totum revolutum' norteamericano del derribo de efigies de esclavistas y políticos de distinto pelaje, también han tirado las de Colón en Boston, Virginia y Minnesota y han pintarrajeado la de Miami. No deja de sorprender que cuando todavía se está buscando su partida de nacimiento, les importe menos conocer si era genovés, portugués, judío, gallego o catalán como saber dónde hay una estatua en su memoria para ir a pintarla o derribarla. No es por dar ideas, pero los enemigos de la Toma lo tienen 'chupao' para acercarse el 2 de enero hasta la plaza de Isabel la Católica y dar allí su habitual murga. Eso sí, siempre que el coronavirus no nos vuelva a encerrar en casa por Navidad, como el turrón, y nos quedemos sin Toma y sin ira.
En fin, que seguimos jugando al acoso y derribo, practicado desde antes que inventaran la taza del café. Tal cual ese dios fenicio representado como una serpiente enroscada en círculo, que devora su propia cola, para significar que el mundo se alimenta de sí mismo y a sí mismo retorna. ¡Ay, la memoria! Por más que la retuerzan, aquí no avanza ni el potito.
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