El principal error del Granada fue mantenerse alejado del descenso durante casi toda la temporada. En algunos tramos, lejísimos. Demasiado. Una completa temeridad. Desde agosto ... jugó al gato y al ratón pero siempre hizo de gato. Y cuando a mediados de abril se apiadó del personal y se colocó antepenúltimo como diciendo «no digáis luego que no os lo advertí», enseguida cambió de entrenador, ganó un par de partidos, se convirtió de nuevo en gato y puso pies en polvorosa pero de mentirijilla, que viene a ser como cuando te arden los pies descalzos en la playa y te resguardas bajo una sombrilla que no es la tuya.
Nunca se creyó de verdad que podía perder la categoría. Pero si hace un rato estaba aplastando al Nápoles en Europa, maldita sea, cómo demonios iba a descender. En el colmo de la malafollá, el año pasado recibió al Manchester United con el estadio vacío y el domingo lo llenó hasta los bordes para irse a Segunda. El partido ante el Espanyol –¿se acuerdan?– fue la grosera demostración de mi argumento inicial. El incendio estaba fuera, las llamaradas de Mallorca y Cádiz anunciaban el apocalipsis, pero dentro de Los Cármenes reinaba una placidez que en el fondo encubría la esquizofrenia.
Fuera, la muerte siniestra aporreaba la puerta. Sobre el césped, se tapaban los oídos con las manos, seguros de que la de la guadaña se largaría a otra puerta, aburrida de asustar. Encima, la primera parte terminó sin goles en ningún campo. ¿Ves? Te has puesto demasiado tenso sin razón. Vamos de mano. Esto termina como ha empezado. Solo descendemos en cuatro de mil doscientos sesenta y ocho combinaciones posibles. No veas el calorín que hizo ayer. El sábado bajaremos a comer a Salobreña, a casa de Macarena. Vente. Qué pasa, qué es ese murmullo. Ná, que ha marcado el Mallorca. Bah, da igual, bajará el Cádiz. Y el Cádiz marca también. Puto David Vidal.
Ni por esas se dio el Granada por enterado, poseído por una insólita certidumbre de que no podía descender, que esa cosa no iba con él, que en ese sorteo estaba recomendado por un coronel e iba a salir excedente de cupo. Al Espanyol, aterrorizado y perplejo, le quemaba el balón según se acercaba al área maximiana, no fuese que en un despiste colara el balón en la portería.
Y así, lentamente, como uno de esos cohetes de verano que explota en el cielo sin hacer ruido mientras los destellos plateados lagrimean y se desvanecen, el Granada acabó en Segunda. Olía a muerto pero nadie se dio cuenta, porque el que avisa no es traidor, es avisador.
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