Ciudadano cero
Dicen que Granada es la punta de lanza de una segunda ola que es la primera, la única e inabarcable ola que ha sepultado a la mitad de nuestros mayores y ha enterrado en vida a la otra mitad
Manuel Pedreira
Granada
Sábado, 31 de octubre 2020, 00:13
Diecisiete muertos. Diecisiete muertos en treinta disparos. Dicen que Granada encabeza las cifras negras de la pandemia. Dicen que Granada avanza hacia el precipicio subida ... en la cresta de una ola gigantesca, un tsunami asiático, tropical como una chirimoya podrida. Dicen que Granada tiene sus hospitales al borde del colapso, que es cuestión de días, de horas, que los enfermos tengan que agonizar en los pasillos sin más respirador que un matasuegras. Dicen que la curva se ha disparado en Granada, que ya no se ve de tan alta como está, y que cuando baje lo hará gracias al lastre de los muertos que empezaron a trepar por ella desde el marzo terrible. Dicen que Granada es la ciudad donde los jóvenes se despendolaron como si no hubiera un mañana, o como si ese mañana no los aguardara envuelto en la mortaja de un epi. Dicen muchas cosas de Granada, pero yo no me las creo. Yo salgo a la calle y no veo nada de eso. Ni siquiera veo al monstruo de la multitud sino una ciudad tranquila, hermosa, reconocible, con más bares cerrados de la cuenta y un poco menos de movimiento que de costumbre.
Pero hay algo más. Algo que empieza a verse pero es invisible, como ese elefante en medio de la habitación. Se distinguen sus contornos y dan mucho miedo. Los contornos de un fantasma que emerge por todas las esquinas de la ciudad y viene del pasado, de un pasado reciente y rabioso. Es el fantasma de aquellos dos meses que pasamos en nuestras cárceles de oro. El recuerdo de aquella reclusión que debía salvarnos la vida pero que fue solo, y ahora lo sabemos, un gesto de displicencia del virus, un jugar al escondite para que nosotros solitos nos metiéramos en la boca del lobo. Ese fantasma invisible sí es muy fácil de ver. Lo llevamos todos en la mirada, en los gestos, en los ademanes al ajustarnos la mascarilla o al volver a aumentar la distancia cuando hablamos con un vecino, esos dos metros que fueron embebiendo con los calores del verano y ahora reaparecen a lomos del fantasma.
Dicen que Granada, el lugar donde todo es posible, es la punta de lanza de una segunda ola que es la primera, la única e inabarcable ola que ha sepultado a la mitad de nuestros mayores y ha enterrado en vida a la otra mitad, aterrada por una amenaza que llega por el aire y no se ve. El jueves murieron diecisiete personas en Granada víctimas del coronavirus. Un glorioso récord que será pronto superado. El número duele. Pero no nos enteramos. No queremos enterarnos de que el ciudadano cero ha cargado la escopeta y ha abierto la ventana rumiando que hace falta un escarmiento.
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