No hace ni dos semanas estuve en Barcelona. Parece una eternidad, con tantos acontecimientos azarosos y abruptos, que nos han arramblado en estos navideños días ... descoloridos. Pude por momentos zafarme de las obligaciones que tenía en esa ciudad, siempre diferente e intensa, y entre otras cosas durante un tiempo dormido brujuleé en la librería-café Laie, donde me regalé unos poemarios audaces y alguna ficción que llevaba tiempo buscando sin saberlo. También, con mi hija, que me acompañaba, fuimos al teatro Romea donde se representaba 'Viejo amigo Cicerón'. Es una obra que abrió la 65 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y tras un periplo por varias ciudades, volvía a Barcelona. Escrita por Ernesto Caballero y dirigida por Mario Gas, está protagonizada por Josep María Pou; tres grandes de las artes escénicas. Acompañan a Pou en el reparto Alejandro Bordanove y María Cirici.
En un momento de tanta mezquindad y orfandad dialéctica en los parlamentos y las redes sociales, este espectáculo muestra la relevancia histórica y las contradicciones íntimas de una de las figuras fundamentales de la política y el pensamiento clásico. Con una escenografía imponente nos encontramos en la época actual, una biblioteca. Dos jóvenes estudiantes investigan la figura de Cicerón. Aparece un tercer personaje que les invita a trasladarse a la Roma republicana y encarnar a Tirón, secretario de Cicerón, y a Tulia, su hija, para reflexionar sobre ética, moral, justicia y convivencia, retratando a un intelectual que analizó diferentes dimensiones de la vida política desde la razón y el sentido común. La obra está repleta de citas ciceronianas absolutamente de actualidad. En ella se discute sobre la democracia y el cumplimiento de las leyes, sobre si deben las leyes estar por encima de cualquier poder. «Los únicos amigos que no te traicionan son los libros» le dice Cicerón a Tirón, y «el maestro no enseña lo que sabe, sino lo que es». Para combatir al tirano César se pregunta: «¿Con la espada o con la toga?». Los clásicos nos muestran cómo hoy el progreso moral avanza a paso de tortuga. Nada es más hermoso que conocer la verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad, decía el gran orador.
«No podemos cambiar el pasado, pero debemos prever el futuro». Mirar al pasado para entender el presente. Cicerón, político, orador, filósofo, escritor, podría encarnar aquella máxima de Terencio por la que nada de lo humano le resultaba ajeno. Representa la defensa de la legalidad como valor moral frente a la degradación del sistema político, abocado a fórmulas abusivas de gobierno. Marco Tulio Cicerón se nos presenta como un político excepcional en un mundo de mezquinas ambiciones personales, deslealtades y pequeñas componendas tan propias de la vida pública desde entonces, lo que le salpicó hasta tal punto que acabó decapitado por Marco Antonio tras ser acusado de promover el asesinato de Julio César. Fue un hombre coherente en sus decisiones, incluso frente a las circunstancias más adversas. La obra en definitiva nos lleva a la contemplación del debate cívico actual, tan inquietantemente similar al que vivió Cicerón, que dijo que de hombres es equivocarse; de locos, persistir en el error.
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