Los chinos, como todo el mundo sabe, son los que siguen mandando. El otro día, en la altísima reunión de Davos, donde se juntaron los ... que más dinero tienen del planeta, el presidente chino se levantó para decir:
–Es bueno que sepan ustedes que el mundo ya no volverá a ser lo que era.
Nadie supo responderle, entre otras razones, porque todos ya lo sabían, y además ¿para qué llevarle la contraria en lo que todos saben que es verdad? No me atrevo a decir nada, sobre todo teniendo en cuenta que los que han ido a estudiar lo de la pandedemia, un grupo de sabios de la OMS, por lo visto se han venido de Pekín con más preguntas que respuestas.
Lo cierto es que, según el calendario chino, estamos en el año del buey, razón por la cual es, sin duda, el año también de la vacuna, que viene como saben de vacuno… pero, en fin, eso es solo jugar a las palabras.
El año pasado fue, también para los chinos, por lo visto, el año de la rata, que es así porque la rata iba, según la tradición lejana, encima del buey, que aunque era más grande y hasta marchaba el primero, lo cierto es que la rata, en su momento, saltó del lomo del cornúpeta y llegó antes a la meta, aunque el buey era más grande, más fuerte y más pesado. Quiero decirles, sin embargo, y mil razones solidarias tengo, que no es mi deseo por más que me gustaría hacerlo y no me atrevo a decir nada malo de la rata, dado que están dando la vida, y desde hace mucho tiempo, en aras de lo que es la prueba de las vacunas que salvan al ser humano de la muerte. Terminaremos adorando a los cobayas, orangutanes, ratones, macacos, caballos... Que yo he visto en Costa Rica, en una especie de museo, un corcel disecado, parecido al que teníamos en aquel escaparate de la calle Mesones de Granada y que forma parte de mis inolvidables recuerdos.
Bien, pues que estamos en el año del buey, y es curioso el reseñar que esta misma mañana del viernes en que escribo, recibo una llamada telefónica de mi buen amigo y corresponsal de Efe en América durante tantos años Zoilo Martínez de la Vega, que me hace saber que me manda, certificado y urgente, su último libro sobre la vida de aquel fabuloso personaje, que fue el general Torrijos, del que tan buen recuerdo conservo. Que hasta por tener tenía una hamaca nicaragüense, maravillosa, con su nombre y su apellido, aquella con la que le entrevisté en su casa poco después de que el Rey de España, sí, el emérito don Juan Carlos, le dijera en el hotel Panamá Hilton aquel día de inmenso calor centroamericano:
–Vale, Omar, lo que quieras, pero lo primero que tienes que hacer es recibir de una vez a mi amigo Tico Medina, que es un periodista al que yo quiero mucho y que lleva detrás de ti, y tú no lo recibes, desde hace mucho tiempo. Y lo que tienes que hacer es a ver si le pagas al Gobierno de España, que le debes más de un millón de dólares de la deuda que tienen contraída con Iberia desde hace no se cuanto tiempo.
Fue palabra santa, lógico. Porque al día siguiente, a primera hora de la mañana, me recogió en el hotel donde me hospedaba aquel famoso sargento especial del general Torrijos, y me llevó hasta su jefe y estuve con él todo el día. Llegamos arriba hasta el pueblo de Coclesito, donde tenía un pequeño rancho y donde, y es a lo que voy, el general me mostró su último secreto y una de las bases, sin duda, de lo que habría de ser el futuro a su país, Panamá.
–Aquí tienes, gallego, que he mandado que me traigan de oriente unos bueyes especiales, porque tienen muy buena carne y, encima, en lo alto del morrillo el más delicioso bocado del que se tiene noticia.
Los vi. Grandes, de ojos tristes. Bueno, todos los bueyes tienen así la mirada porque tienen razones para tenerla, que no hay más que repasar su vida. Pezuñas enormes, sobre la inmensa charca, chaf, chaf, y allí que conté la historia. Bien que recuerdo al general, no de militar, que seguro que por hacerle un buen favor a Zoilo, que con él fue tan leal, siempre, siempre, en un momento y vestido de paisano con una camisa de popelín, fue y me dijo.
–Ea, gallego, vamos al agua. ¿No quieres meterte en el canal? Anda, vamos al agua y tú primero conmigo. Y ahí, con el agua al cuello, me preguntas, en el río, lo mismo que me has preguntado hace poco. ¿Es verdad que está usted deseando de entrar en el canal? Que yo sabré responderte.
Se quitó la pistola que siempre llevaba al cinto y se metió en aquella agua oscura hasta la cintura. Y una vez dentro tiró de mí, también con mi uniforme de enviado especial vestido. Y ya en el agua, estará en el archivo de la tele, seguro, me respondió.
–Yo no quiero entrar en el canal para bañarme, yo lo que quiero es que el canal sea de quien debe ser desde hace mucho tiempo, desde siempre, de Panamá.
Que lo fue con el tiempo, pocos días después. Lo que sí les puedo decir, podría contar infinidad de cosas, es que según veo en el último reportaje de 'Callejeros viajeros', que viene desde Panamá, los bueyes siguen pastando, chaf, chaf, chaf, enormes y pacientes vacunos, que espero estén dando buena carne a los panameños aunque el morrillo sea, siga siendo, como siempre pasa, para los privilegiados. Lo cierto es que es un bocado exquisito.El reportaje aquel que le hice aquel día al general Omar Torrijos, que fue asesinado, quizá, por su general más cercano, Noriega, al que pude preguntarle en su día en su refugio de la ciudad de Panamá y que fue primera página, portada, del ABC de aquel día.
Una curiosidad
Es curioso el racimo, el puñado de cerezas que me puedan aparecer de cualquier cosa, si bien no quisiera acabar esta página de hoy sin decirles que el reportaje de aquel día terminaba de una manera bellísima. Iba una hilera de chiquillos de la alta Panamá llevando presentes al general que de vez en cuando iba a visitarlos. Unos le llevaban un pez de río grande, fresco y plateado, otros un canasto de mangos que allí son deliciosos, aguacate, papaya… Y para terminar, aquella deliciosa nena panameña que le traía en las manos dos huevitos de su corral de gallinas. Cuando la criatura entregó su presente a su general, poco después muerto traidoramente en el avión que le traía desde la capital a su lugar más deseado y humilde, el servidor congelaba la imagen.
Y acabo con una 'perlita'. Tal vez por eso, también es casualidad. Todos los medios celebran que Isabel Preysler, la otra reina de este país nuestro aún monárquico, con la que por cierto hablé el otro día más de una hora por teléfono, cumple sus primeros mágicos y maravillosos setenta años. ¿Saben cómo le llamaba Julio Iglesias, que fue su primer marido? Pues le llamaba 'la China'. Lo que hago público para general conocimiento. La vida está llena de curiosas coincidencias.
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