La paradoja Belarra
César Girón
Lunes, 13 de octubre 2025, 23:11
Para el mundo cuántico de la política se ha planteado un nuevo reto a resolver: «Cuando el voto a favor es una forma de protesta ... en contra». Cierto. En un episodio que ha dejado perplejos a analistas políticos y ciudadanos por igual, la diputada Ione Belarra, representante del 'no grupo' Podemos, ha protagonizado una de las maniobras legislativas más desconcertantes del año y que se conocen: votar a favor la convalidación de un decreto-ley, en definitiva, de una ley que, según sus propias palabras, «detesta profundamente», como forma de protesta contra dicha ley.
La ley en cuestión, que introduce reformas significativas en el sistema de relación internacional, que afecta a la defensa y a la contratación pública entablada, fue aprobada con una mayoría ajustada, vamos que sin su contribución nunca la propuesta legislativa del ejecutivo habría llegado a ser ley. Lo curioso es que Belarra, quien durante semanas criticó abiertamente el contenido de la propuesta diciendo que le daba «asco», terminó emitiendo un voto afirmativo. Su explicación: «He votado a favor para dejar claro que esta ley es un error. Es mi forma de mostrar que no estoy de acuerdo».
Este razonamiento ha generado un intenso debate sobre la coherencia política, la función del voto parlamentario y el papel de la representación democrática. ¿Puede un voto afirmativo ser una forma válida de protesta? ¿Qué mensaje recibe la ciudadanía cuando sus representantes adoptan estrategias tan contradictorias e inexplicables salvo que se trate de interpretar desde el ignoto mundo de la paradoja y la antiética?
Desde Podemos, el 'grupito' parlamentario al que pertenece Belarra, se ha defendido la acción como una 'performance política' destinada a evidenciar las contradicciones de la norma que han votado a favor, poniendo en solfa el muy deteriorado sistema legislativo. Sin embargo, debemos ser críticos con este tipo de gestos, que lejos de fortalecer el debate democrático, lo debilitan al generar confusión y desconfianza.
La política, como ejercicio de representación, exige claridad y responsabilidad. Votar a favor de una ley implica, en términos prácticos, contribuir a su aprobación. Si el objetivo es oponerse, existen mecanismos institucionales claros: el voto negativo, la abstención, la enmienda, el debate, el discurso, la protesta, la movilización social... Convertir el voto afirmativo en una herramienta de protesta simbólica puede parecer ingenioso, pero también puede interpretarse como una falta de respeto al proceso legislativo y a los ciudadanos que esperan decisiones transparentes.
El caso de Belarra plantea una pregunta de fondo: ¿hasta qué punto la teatralización de la política está reemplazando el compromiso con la coherencia y la rendición de cuentas? En tiempos donde la confianza en las instituciones está en juego, gestos como este, por más creativos que pretendan ser, corren el riesgo de erosionar aún más el vínculo entre representantes y representados. Son ya demasiadas las ocasiones en las que representantes políticos elegidos por un sistema electoral en duda y que hace aguas, traicionan la conciencia, la moral y las cláusulas del contrato social vigente, con alegatos paradójicos con los que tratan de encubrir sus intereses exclusivamente particulares.
La realidad es tan testaruda como nociva. En el teatro de lo absurdo que a veces se convierte la política, esta semana nos ha regalado una escena digna de Ionesco: la diputada Belarra y sus conmilitones, han votado a favor de una ley que consideran «nociva, regresiva y profundamente equivocada». ¿La razón? Protestar. Es como oponerse a los incendios de los bosques encendiendo fuegos. Aplaudamos la genial «Paradoja Belarra» con un sonoro aplauso con las manos en los bolsillos.
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